—Lo prometo...— Dijo en voz baja, como si fuera un secreto solo de ambas. Ni siquiera estaba segura si lo podría cumplir, pero lo deseaba... ella no podía saber lo que pasaba en su cabeza, en su pecho, que a veces las heridas en su cuerpo dolían menos que su alma rota. El alma de un demonio errante que no tiene derecho a permanecer en su hogar. —Dame unos cuantos días y estaré mejor.— Apretó su mano. —Iremos a la feria de Lungmen, subiremos a la rueda de la fortuna las veces que quieras, y te compraré todo lo que quieras.
¿Que tan verdadera podía ser esa promesa?. Había visto a tantos caer que nada daba garantía de que Mostima pudiera sobrevivir a tanto. Al sentir su mano se giró un poco, verla de esa manera le hacía sentir gran impotencia. — ¿Lo prometes? — y aún así, quería escucharlo, una promesa la cual nadie sabía cuánta verdad podía haber en ella. — Debes mejorarte pronto...¿Si? —
Contrario a cualquier sentimiento empatico a ese dolor, la caída dejó escapar una risa que fue opacada por la tos que le provocó el esfuerzo. Le parecía adorable la forma en la que se preocupaba. —Ya te lo he dicho... no me iré de aquí si no me quieren en el cielo ni en el infierno.—Apoyó sus antebrazos en el colchón, luego sus manos, con un quejido logró acomodarse sentada, y alcanzar una de las manos de la santa. En la propia estaba la aguja de los analgésicos. —No te desharas de mi tan fácilmente.
Sus dos manos las apoyo sobre sus rodillas y permaneció sentada de manera que pudiera darle la espalda a la mayor, apretó su mandíbula conteniendo un sin fin de emociones. — Siempre es lo mismo...— su flequillo cubría sus ojos, negó con su cabeza. — Un día de estos tendré que venir a ver tu cadáver si sigues de esta manera. — su voz descendió, se convirtió en un murmullo, un hilo de voz que delató su dolor. — Y no quiero eso...
Se irguió ligeramente, para tomar la golosina, antes de volver a apoyar su cabeza en la almohada. Recostada boca arriba cerró los ojos, degustando de aquel dulce, que en realidad, era más una droga que una golosina. Al menos ayudaba con el dolor. —No estás enojada conmigo... ¿Verdad, angelito?— Sus brillantes pupilas azules se fijaron luego en ella, mientras su lengua aún jugaba con el caramelo en su boca.
Apretó sus puños, su diestra la llevó a la altura de su pecho evidenciando la angustia que sentía por la caída pero no importara lo que dijera como siempre Mostima evitaría el tema, ella era una experta en eso. Respiró profundamente y se encogió de hombros, sentía que en cualquier momento se iba a derrumbar y se forzó a mantenerse firme incluso en ese momento. — De acuerdo...— tal como lo pidió tomo una golosina y la extendió hacia la mayor llevándola a su boca.
Ni siquiera podía moverse, todo su cuerpo dolía, solo la miró por un momento, antes de volver a apartar la vista de la pelirroja. Detestaba que la viera así, aunque lo ocultaba detrás de una sonrisa que aún herida mantenía en su rostro. —¿Me alcanzas un dulce?— Débilmente alzó la mano, señalando a una mesita junto a la cama, ignoró su comentario. Exusiai, aún después de tanto tiempo, no podría comprender la importancia de sus misiones, no quería lastimarla de forma innecesaria.
Apretó los labios y se acercó lentamente. Antes de dirigirse a ella reviso que todo estuviera bien, que no le hiciera falta nada y una vez que lo comprobó tomo asiento en la orilla de la camilla extendiendo una mano para acomodar el cabello de la caída. — Está vez te pasaste un poco. — sonaba preocupada, no era para menos. —
