The God of the Grove
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Nyarlathotep · M
Persecución
[code]Mas qué clase de consuelo se puede recibir en esa noche pluvial con las sombras intactas y la única luz viable flaqueando a la intermitencia eléctrica, cediendo y ganando terreno, por poco dejando el demacrado paralelo de ladrillos silente de no ser por la vibrante estridencia del foco en agonía a la distancia, con el aspecto de ser manipulado o por ofuscamiento o por tan terrible presencia en la mente de los noctámbulos, irónicamente espantados de su influencia. Es más, parecía que la atribución de la luminiscencia volvía espesa y móvil la oscuridad al final de la callejuela sin fondo, mordaz y envolvente a los débiles de percepción.
Porque decir débiles es ver desde la perspectiva cabal y veterana de aquel que con las tinieblas emergió desde el inicio de todo. Antecesor del paraíso y del primogénito de Dios. Testigo inicuo de lo que sucedió antes que Caín, casi autoproclamándose compositor de su legado sanguinario, pues desde entonces y hasta ahora, todas esas posibilidades intactas en los deseos incompatibles con el cazador piden permiso “Al Azaroso” para suceder; le presentan sus variables para ser él quien las descarte o las tome y las someta a la realidad, llevándose consigo a las creaciones más insulsas de todos los universos que ha conquistado y devorado.
Es precisamente en Alejandría donde sus primeros avatares fueron vistos y venerados, quizá su permanencia omnipresente fuese la razón del constante aire místico surcando la piel estremecida de aquellos que pueden sentir tal cual sienten los humanos, sugestionando visiones de viento; pero trascrita como un augurio para los de ralea bestial. Y ante ambas catervas, Nyarlathotep se manifestó con las joyas y fanfarrias de un faraón, su nombre escrito en un dialecto impronunciable por una sola lengua en la boca de sus súbditos, pero que gracias al interés del primigenio en darse a conocer, fue transliterado como “El Caos Reptante”.
Como en ese entonces, su exhibo jaló la oscuridad desde cualquier dirección hacia el centro, parecido al queroseno tensándose con la resistencia de una liga llegando a su punto máximo, hasta tomar forma y trazar levemente los reflejos de su nívea fas conforme la bombilla da sus últimos parpadeos, antes de sumirlos a ambos en tan intranquilo manto, instaurando la expectativa de la nueva compañía que sonrío en dirección al vampiro en todo momento.
Al Dios la lluvia no lo alcanzó. Ni una sola gota opacó su iris al decidir repeler en todo su contorno el elemento acuoso, mostrando esa facultar cuando inició su andar hacia el frente, en dirección recta al no vivo, creando un eco con sus zapatos secos al tocarse sobre los retenes de agua del suelo disparejo, sin crear salpicaduras que manchasen ni su pantalón de sastre ni la gruesa gabardina cerrada en sus cinco botones de la línea media, dejando como todo un misterio lo que acaeciera bajo su cobijo. Así mismo, sólo su ojo izquierdo, dorado como el vitae de los dioses persas, centelló, pues el otro inutilizado permanece bajo un parche. Tenía tiempo de observar a tan majestuoso ejemplar, como en un safari repleto de animales: Todos iguales más su excepción.
— ¿A qué le teme el fruto de la oscuridad en la noche? — aunque sus labios se movieron, la voz nació desfasada y seseante en sus últimas consonantes, casi podían percibirse cinco timbres distintos en la distribución desigual del sonido, sintiéndose como una invasión directa al caracol sin pasar por el canal auricular. No generó aroma en su aliento, ni siquiera vaho. Es claro que no tenía intenciones de ocultar su mirífica naturaleza, pues a la redonda, todos aquellos que no fuesen Marius y él quedaron petrificados — Has estado perdido tanto tiempo en sus entrañas que deberías pararte frente a ella con más valor. —
Pretendió detenerse a un solo metro de distancia del rubio, aguardando dos posibilidades igual de deliciosas para su deleite: Al fastuoso pintor o a la impulsiva bestia acorralada y hambrienta de nada. Perder ahora de vista su gesticulación pavorosa se le antojó un insulto.[/code]