incluso verla directo a los ojos era doloroso.
Entonces todos se abalanzaron, los espectros se levantaron contra el persa dispuestos a acabar con él. Los miró, y a los cielos su voz que alcanzando un grito, retando incluso a cualquier entidad presente que se atreviera a dañar a las almas que él mismo estaba encaminando al bajo mundo.

—¡Recuerden mis palabras, ustedes los Dioses! ¡Mientras yo esté aquí, ustedes no volverán a dañar a ninguna alma libre de su injusto juicio!

Y de pronto todo se apagó.
Los cuerpos amontonados sobre él haciendo sonar un golpe en seco. El silencio se adueñaba del campo. Y aunque parecía que su voluntad había muerto junto al grito de su voz, de entre toda esa pila, la luz se volvió a proyectar entre los pequeños espacios que dejaban libres al exterior.
Seguido de un estruendo y un temblor que hizo rugir a la Tierra. Los cuerpos salieron volando, y entre ellos se alzó la figura del Daeva. Siendo acompañada por aquellas almas que la mujer había est