«Pídelo, y te libraré de tus captores, Nic Danu.» Siseó con voz disonante y lejana, hollando en la intimidad de sus pensamientos con esa magia etérea y oscura propia de su estirpe, intentando clavar en la cordura y tranquilidad de su mente dormida, su presencia monstruosa e iracunda.
«Sí quieres ser libre, pídemelo.» Volvió a repetir la voz que le atacó entre sueños profundos y mezclados, dilatando una campana de irrealidad, y la visión horrorosa y perniciosa de un huargo moldeado entre remolinos de oscuridad. De sus fauces supuró rabia de color sangre, resbalando como riachuelos de su hocico malvado y voraz.
«Los hombres no tienen poder ni derecho sobre nosotros.» Su voz gutural era casi un gruñido, y en sus ojos brillaba una furia similar al crepúsculo, a punto de ser liberada. Su respiración densa y revuelta chocó en un halito caliente en el rostro de la fae, en ese etér irreal que sabía a pesadilla.
