Băᴜᴛᴏʀ Cʟᴀɴ ❦ Vᴀᴍᴘɪʀᴀ ↳ Nᴏ ʟᴇᴍᴏɴ ↳ Hɪsᴛᴏʀɪᴀ ᴇɴ ʙʟᴏɢ
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Yuki2104 · F
— ¡Mi señora! ¡Mi señora! —
Una joven doncella de dorados caireles, tiraba con miedo de la túnica de la Diosa que observaba atónita, como una gruesa capa de oscuridad cubría el globo terráqueo dejándolo en tinieblas.
De pie, desde el extenso jardín de girasoles que ella misma había cuidado desde hacía milenios atrás, en los terrenos de su templo, se preguntaba qué clase de fenómeno sería ese.
Debía haber una explicación lógica. Su luz había sido opacada sin más, cuando el manto oscuro se extendió y eso solo podría haberlo hecho otro Dios. ¿Sería acaso una prueba de los grandes Dioses para la humanidad que ella debía superar?
Tal vez debía poner al tanto a su hermana, aunque por una parte, pensó que tal vez sería algo que ella sola podría solucionar. Sonriendo confiada, irradió su luz hacia la tierra, más brillante, más cálida, con la intención de romper la barrera que se había cernido sobre la humanidad y disiparla por completo.
Mientras tanto, bajo aquel domo de oscuridad, gritos de histeria y preocupación en la tierra se hacían escuchar. Madres acunando a sus hijos entre los brazos que aterrados lloraban por la repentina noche a pleno medio día. Hombres con antorchas, dispuestos a proteger las aldeas de las bestias salvajes y nocturnas que aprovechaban la confusión para cazar.
Y delincuentes, ladrones, violadores y pederastas, acechando a nuevas víctimas, bajo el cobijo repentino cobijo que les brindó la oscuridad.
Sol jadeaba agotada, incrédula. Su luz no había logrado traspasar.
—¿Qué clase de poder es este…—
Se preguntó mientras se recomponía, aferrándose a la mano de su doncella que no se había querido separar de ella en ningún instante. No había nada que de lejos pudiera hacer, debía actuar de manera directa. Su cuerpo se cubrió de una brillante y dorada luz, que enceguecería a quien estuviera cerca.
Cuando la energía divina se disipó, mostró nuevamente a la Diosa, en una nueva vestimenta. La túnica se convirtió en un vestido más ceñido, de un brillante color blanco, con detalles dorados similares a las lenguas de fuego solares, delineando el escote, las mangas y la bastilla de su vestimenta. En su mano derecha, se había materializado un tridente dorado, que destellaba con luz propia, iluminando el camino de la diosa que se encaminaba hacia el sendero de losas que se iba formando en el infinito y que le guiaban hacia el globo terráqueo, sin imaginar si quiera, la dolorosa verdad que se encontraría al llegar.
Una joven doncella de dorados caireles, tiraba con miedo de la túnica de la Diosa que observaba atónita, como una gruesa capa de oscuridad cubría el globo terráqueo dejándolo en tinieblas.
De pie, desde el extenso jardín de girasoles que ella misma había cuidado desde hacía milenios atrás, en los terrenos de su templo, se preguntaba qué clase de fenómeno sería ese.
Debía haber una explicación lógica. Su luz había sido opacada sin más, cuando el manto oscuro se extendió y eso solo podría haberlo hecho otro Dios. ¿Sería acaso una prueba de los grandes Dioses para la humanidad que ella debía superar?
Tal vez debía poner al tanto a su hermana, aunque por una parte, pensó que tal vez sería algo que ella sola podría solucionar. Sonriendo confiada, irradió su luz hacia la tierra, más brillante, más cálida, con la intención de romper la barrera que se había cernido sobre la humanidad y disiparla por completo.
Mientras tanto, bajo aquel domo de oscuridad, gritos de histeria y preocupación en la tierra se hacían escuchar. Madres acunando a sus hijos entre los brazos que aterrados lloraban por la repentina noche a pleno medio día. Hombres con antorchas, dispuestos a proteger las aldeas de las bestias salvajes y nocturnas que aprovechaban la confusión para cazar.
Y delincuentes, ladrones, violadores y pederastas, acechando a nuevas víctimas, bajo el cobijo repentino cobijo que les brindó la oscuridad.
Sol jadeaba agotada, incrédula. Su luz no había logrado traspasar.
—¿Qué clase de poder es este…—
Se preguntó mientras se recomponía, aferrándose a la mano de su doncella que no se había querido separar de ella en ningún instante. No había nada que de lejos pudiera hacer, debía actuar de manera directa. Su cuerpo se cubrió de una brillante y dorada luz, que enceguecería a quien estuviera cerca.
Cuando la energía divina se disipó, mostró nuevamente a la Diosa, en una nueva vestimenta. La túnica se convirtió en un vestido más ceñido, de un brillante color blanco, con detalles dorados similares a las lenguas de fuego solares, delineando el escote, las mangas y la bastilla de su vestimenta. En su mano derecha, se había materializado un tridente dorado, que destellaba con luz propia, iluminando el camino de la diosa que se encaminaba hacia el sendero de losas que se iba formando en el infinito y que le guiaban hacia el globo terráqueo, sin imaginar si quiera, la dolorosa verdad que se encontraría al llegar.