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RynGreenwood1564298 · 26-30, M
[code]Al cabo de unos minutos solemnes de aquella sensación que aborda el alma en presencia de la magnificencia etérea de la noche empapando el claro de un bosque, Ryan sintió la proximidad de su amada, aún antes de que el destello blanco marcara su llegada. Aquél calor sobrenatural que emanaba del cuerpo de Lyla era algo inconfundible, y para el invocador significaba sólo una cosa: por fin estaba en casa, pues su hogar era, desde hacía mucho, el lugar donde ella estuviera.

La tierra tembló por escasos segundos tras el arribo de ambas siluetas.
«Éstos novatos...» pensó.

Para Ryan no era difícil sobreponer las formalidades, cosa que seguramente tenía a Lyla contra las cuerdas en esos momentos. Aquella mirada tan icónica sólo le hizo estremecer por dentro, pero, se dignó a hacer un pequeño gesto a su amada en respuesta. Por otra parte, el rastreador que había traído a la joven se inclinó casi hasta la altura de las rodillas, una vez se halló en la presencia del heredero de la sagrada Orden; Ryan sólo movió un poco la cabeza.

— Honorable señor Greenwood.
— Tsk. —Su desagrado ante tales palabras fue irremediablemente evidente, lo que hizo titubear al muchacho.
— La Coordinación del Círculo me ha dicho que las instrucciones para su movimiento llegarán a primera hora mañana. Por otra parte, ésta es la ubicación de residencia de las jóvenes auxiliares.

Dicho esto, extendió su izquierda para otorgar un pequeño trozo de papel. Ryan lo tomó sin apartar la vista de los ojos de su amada.

— También su... madre, Lady O'Conelly me ha dicho que...
— Eso es todo —interrumpió el invocador— puedes retirarte.
— Pero, señor...
— He dicho —con estas palabras, hundió su verde mirada en la del rastreador, quien retrocedió instintivamente un paso— que es todo.

Guardó el trozo de papel en uno de los bolsillos de su abrigo, para después quitárselo y apoyarlo sobre los hombros de Lyla con delicadeza.

—Señor Greenwood, señorita Collins.
Tras ésta derrotada despedida, el rastreador desapareció con el mismo temblor de tierra tras su destello.

Y una vez se hallaron solos, Ryan estrechó las manos de la pelirroja, sumergiéndose en ese par de orbes del color del mar atlántico, un azul que ni siquiera los más maravillosos y antiguos lapislázulis podrían igualar, ni en belleza, ni en valor para el joven hechicero.
El viento resopló con fuerza, como haciendo festejo audible del reencuentro de dos almas ensimismadas en un universo diminuto: el de su amor.

Y antes de que la muchacha pudiera siquiera tomar el aire para vocalizar algún saludo, Ryan, sin más miramientos, fundió sus labios helados en los cálidos de ella.[/code]