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RynGreenwood1564298 · 26-30, M
Belfast, Irlanda.
Noviembre.




[code]Con la puesta de sol se marcaba el término del tercer día de su estancia en Irlanda del Norte. Hunter y Ryan llegaron desde Londres con la encomienda de apaciguar las fricciones políticas del Clan Oso Pardo, quienes se habían dividido por causas necias, como era habitual en las casas en desarrollo desde la reforma impuesta por la sagrada Orden. La presencia de los herederos era siempre bien vista por los nobles y por ésta razón, el Lord Regente, tío de los hermanos Greenwood, les había enviado a la primera oportunidad.

Y tal como los dos jóvenes habían requerido -por escrito y en forma, para evitar molestar a su madre- las dos auxiliares Lyla Collins, y Marie Stuart serían enviadas como apoyo, completando así el "famoso" equipo, cuyo renombre se remontaba desde sus días en la Academia de Alta Magia.
Normalmente, se hacían viajes a plena luz del día directamente cuando el destino era una comarca mágica de algún Clan, pero, siendo Belfast una ciudad común, la Orden imprimía especial cuidado: las dos jóvenes serían enviadas a diferentes locaciones y a diferente horario. Ryan recibiría a Lyla, Hunter a Marie, y las llevarían a sus estancias en cuanto el reloj marcara la media noche.

El terrible hedor de los transportes públicos era casi insoportable para el joven invocador y cerca estuvo de ir a pie, a pesar que le tomaría el doble de tiempo llegar hasta la salida de la ciudad.
Los inmensos bosques que revestían las nubladas montañas a las afueras de Belfast eran el punto recurrente para los encuentros de Iniciados, pues pocos comunes se aventuraban a salir de las fronteras, o peor aún, a desobedecer el toque de queda que mantenía a Reino Unido bajo el control indirecto de la misma Orden. La media luna se alzaba triunfante por sobre los escasos nubarrones grisáceos, y la poca probabilidad de lluvia brindaba alivio al alma.

Ryan hundió la nariz tras su bufanda azul y tras bajar del transporte, enfundó ambas manos en los bolsillos de su abrigo; estaba a diez minutos de su destino, y a partir de ahí tenía que ir a pie.


Las sombras se movían y parecían abrirse al paso seguro del joven hechicero, como si estuviesen familiarizadas con sus artes y destrezas y temieran la aparición majestuosa de su poder. Los árboles susurraban y el crujir de las ramas a sus pies formaban una siniestra sinfonía que se repetía una y otra vez en ecos pesados a través de la piedra húmeda de la alta montaña.

Pronto encontró un claro, lejos de la entrada al bosque. Allí y en medio del todo, se alzaba una piedra que inspiraba un aura sobrenatural, en ella se distinguía una marca grabada a gran profundidad, siendo ésta un signo que los rastreadores de la Orden usaban para los saltos. Sentándose al pie de aquella enorme piedra, se dispuso a esperar la llegada de su amada. El emisario que daría el salto con ella, otorgaría un par de instrucciones a los Iniciados y se iría de la misma forma en la que llegaría: en un destello. Y así podrían estar juntos y solos de nuevo.
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«Nunca estás sólo...»


[code]La voz parecía un susurro mezclado entre los cotilleos arbóreos que obsequiaba el bosque.[/code]