I'm the protagonist, the antagonist and the victim of this story.
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JB1535635 · F
― en algún departamento de belfast, noche.
Por un momento tuvo que balancearse sobre el suelo donde se encontraba. Estuvo a punto de caer de bruces hacia adelante, pero por suerte aún no estaba tan mareada. Si Jenna algún día tendría que alardear algo sería su estamina, porque realizar cinco portales requería de una bárbara cantidad de energía que ella acababa de consumir hasta el momento y aún no caía muerta de cansancio. Observó hacia ambos costados con cierta diversión y enarcó una ceja. No conocía el lugar. Y lo último que recordaba era encontrarse en el medio de una celebración hindú con tres mujeres enseñándole a bailar, había llegado a ese lugar producto de sus antojos por algo picante y ahora no entendía como ese deseo aún constante en su sistema la había guiado a ese reducido cuarto privándola de aquella fiesta tan divertida. Alrededor de su cuello aún tenía el collar de flores y estaba segura que si sacudía la cabeza al suelo caerían partículas de azafrán y otros picantes que la novia había tirado al cielo en la previa celebración. Con la música aún en su cabeza comenzó a moverse por la habitación, casi sin reparar en que era terreno desconocido. Terreno hostil.
Primero se dirigió hacia una de las repisas, abriendo cajones sin cuidado, revisando lo que sea que tuvieran, pero nada la ayudaba a entender dónde se encontraba. Después caminó hacia una de las paredes tapizadas y hacer una mueca de disgusto al reconocer el pésimo gusto que el decorador hubiese colocado en esa habitación. Por último, volteó a observar hacia un armario. Por unos segundos se mantuvo suspendida en la duda de abrirlo o no. Si lo abría, quizás encontraría un cuerpo con varios días de descomposición y ella se vería en un crimen del cual no había sido partícipe... o encontraria el camino a Narnia. Si no lo hacia, se mantendría aún parada ahí, como tonta. Y como Jenna se consideraba todo menos tonta, abrió el armario con ambas manos y soltando un acusador: ― ¡Ajá! ― Y la sorpresa que resguardaba no era un camino para que conociera a Aslan. No, era algo mucho mejor. Las llamaradas fueron la bienvenida, el calor se le hizo remotamente conocido y la sonrisa que formó en sus labios poco a poco comenzó a desvanecerse para ser reemplazada por una expresión de consternación. Jenna dio un par de pasos hacia atrás y pestañeó, casi incrédula. No era posible. ― ¿Klauz? ― Lo llamó por el nombre con el cual el Guardián de Portales había bautizado a su ave de fuego y sol. Y como Jenna no tenía un título en interpretación de aves mitológicas, cuando el supuesto Klauz respondió con un graznido, ella lo tomó como un "Sí, soy Klauz y he sido secuestrado, ayúdame, mortal". Asintió solemne a su imaginaria petición y desvió la mirada hacia la entrada de la habitación.
― ¿Cómo es que llegaste aquí? ― Le increpó mientras que se sorprendía de que aquel armario soportara el calor del ave. Linden solía mantener a Klauz en su nido para que así se mantuviera en calor y no quemara su apartamento. Sacudió con la cabeza, ahora con una mejor pregunta. ― ¿Cómo es que Linden te alejó de su vista tan fácilmente? ― Según ella sabía, Linden no se caracterizaba por dejar las cosas a la ligera. Así que esta situación era nueva y extraña. Casi como su rutina diaria. Dejando a un lado el factor lógico de que Klauz no iba a responderle ninguna de sus demandadas cuestiones, Jenna se preguntó cómo es que sacaría a Klauz de ese lugar. Porque si bien lo conocía, este detestaba que ella le colocara un dedo encima al punto de picotearle con fuego si así era necesario. Y, honestamente, esa noche Jenna no tenía el menor ánimo en dirigirse con dedos quemados a la mansión de los Holmes para que se los curaran. Enarcó una ceja y observó al ave de manera acusatoria. ― Bien, si deseas salir de aquí, tengo unas condiciones: nada de picoteos y absolutamente nada de quemar mi cabello, ¿estamos claros? ― Nuevamente tomó su graznido como otra luz verde. Solo que cuando estaba procediendo al escape, escuchó de manera clara cómo la entrada a esa reducida habitación se abría. Y de esta emergía una pelirroja que no era Emilia. Y que significaría una sola cosa: problemas.
Por un momento tuvo que balancearse sobre el suelo donde se encontraba. Estuvo a punto de caer de bruces hacia adelante, pero por suerte aún no estaba tan mareada. Si Jenna algún día tendría que alardear algo sería su estamina, porque realizar cinco portales requería de una bárbara cantidad de energía que ella acababa de consumir hasta el momento y aún no caía muerta de cansancio. Observó hacia ambos costados con cierta diversión y enarcó una ceja. No conocía el lugar. Y lo último que recordaba era encontrarse en el medio de una celebración hindú con tres mujeres enseñándole a bailar, había llegado a ese lugar producto de sus antojos por algo picante y ahora no entendía como ese deseo aún constante en su sistema la había guiado a ese reducido cuarto privándola de aquella fiesta tan divertida. Alrededor de su cuello aún tenía el collar de flores y estaba segura que si sacudía la cabeza al suelo caerían partículas de azafrán y otros picantes que la novia había tirado al cielo en la previa celebración. Con la música aún en su cabeza comenzó a moverse por la habitación, casi sin reparar en que era terreno desconocido. Terreno hostil.
Primero se dirigió hacia una de las repisas, abriendo cajones sin cuidado, revisando lo que sea que tuvieran, pero nada la ayudaba a entender dónde se encontraba. Después caminó hacia una de las paredes tapizadas y hacer una mueca de disgusto al reconocer el pésimo gusto que el decorador hubiese colocado en esa habitación. Por último, volteó a observar hacia un armario. Por unos segundos se mantuvo suspendida en la duda de abrirlo o no. Si lo abría, quizás encontraría un cuerpo con varios días de descomposición y ella se vería en un crimen del cual no había sido partícipe... o encontraria el camino a Narnia. Si no lo hacia, se mantendría aún parada ahí, como tonta. Y como Jenna se consideraba todo menos tonta, abrió el armario con ambas manos y soltando un acusador: ― ¡Ajá! ― Y la sorpresa que resguardaba no era un camino para que conociera a Aslan. No, era algo mucho mejor. Las llamaradas fueron la bienvenida, el calor se le hizo remotamente conocido y la sonrisa que formó en sus labios poco a poco comenzó a desvanecerse para ser reemplazada por una expresión de consternación. Jenna dio un par de pasos hacia atrás y pestañeó, casi incrédula. No era posible. ― ¿Klauz? ― Lo llamó por el nombre con el cual el Guardián de Portales había bautizado a su ave de fuego y sol. Y como Jenna no tenía un título en interpretación de aves mitológicas, cuando el supuesto Klauz respondió con un graznido, ella lo tomó como un "Sí, soy Klauz y he sido secuestrado, ayúdame, mortal". Asintió solemne a su imaginaria petición y desvió la mirada hacia la entrada de la habitación.
― ¿Cómo es que llegaste aquí? ― Le increpó mientras que se sorprendía de que aquel armario soportara el calor del ave. Linden solía mantener a Klauz en su nido para que así se mantuviera en calor y no quemara su apartamento. Sacudió con la cabeza, ahora con una mejor pregunta. ― ¿Cómo es que Linden te alejó de su vista tan fácilmente? ― Según ella sabía, Linden no se caracterizaba por dejar las cosas a la ligera. Así que esta situación era nueva y extraña. Casi como su rutina diaria. Dejando a un lado el factor lógico de que Klauz no iba a responderle ninguna de sus demandadas cuestiones, Jenna se preguntó cómo es que sacaría a Klauz de ese lugar. Porque si bien lo conocía, este detestaba que ella le colocara un dedo encima al punto de picotearle con fuego si así era necesario. Y, honestamente, esa noche Jenna no tenía el menor ánimo en dirigirse con dedos quemados a la mansión de los Holmes para que se los curaran. Enarcó una ceja y observó al ave de manera acusatoria. ― Bien, si deseas salir de aquí, tengo unas condiciones: nada de picoteos y absolutamente nada de quemar mi cabello, ¿estamos claros? ― Nuevamente tomó su graznido como otra luz verde. Solo que cuando estaba procediendo al escape, escuchó de manera clara cómo la entrada a esa reducida habitación se abría. Y de esta emergía una pelirroja que no era Emilia. Y que significaría una sola cosa: problemas.