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SabrielWolrick · 31-35, F

Desde el primer momento en que lo vio le gustó, pero también lo odió. Él era presumido, egoísta y altanero. Se creía el dueño del mundo, de los demás, se creía lo máximo. Tal vez en ese momento lo era y tal vez le envidió su éxito. Pero ella sabía que, detrás de todo ese desagrado, él le atraería por siempre, con fuerza.
Frunció el ceño entre sueños. Su interior luchaba por alejar esos recuerdos. Ya no los reconocía como propios. Había algo malo en todos ellos. Sabriel se esforzaba por recordar el rostro de Salias entre la oscuridad del Reino de los Muertos; pensaba en el Gran Libro, en sus vidas pasadas; la versión de la chamana que enviaba hechizos y...

No te resistas, prometo que podemos afrontarlo juntos. Encuéntrame en el bosque a media noche y todo esto acabará. Todos vivirán —el hombre le tendió la mano, con los ojos azules refulgiendo en su mirada. La joven lo miró confundida, pero confiaba en él. Tomó su mano mientras él la absorbía en el vórtice de oscuridad, arrastrándola al abismo. Después... nada. Sólo una profunda oscuridad acompañada de la soledad.

[...]


Desde que había despertado tenía la sensación de que algo estaba mal. Su mente estaba plagada de recortes de periódicos y noticias que no terminaban de formar una visión congruente. Llevaba meses así. Cada vez que se esforzaba por recordar, el bloqueo mental surgía y se sumía en una intrigante oscuridad. Salias no la ayudaba mucho con su frustración. Él parecía empecinado en intentar averiguar quién era el hombre que aparecía en sus sueños y dudar de ella cada vez que la nigromante desviaba la conversación o le daba largas al asunto. Eso, un par de días después, comenzó a frustrarlo también, al punto de buscar entrenar con los Sequester en lugar de estudiar con ella o compartir el mismo espacio por más de una hora. A Sabriel aquello la tenía mal. Desde que entraron a la Asociación no habían pasado tiempo separados y le estaba provocando un choque emocional con el que no sabía lidiar. Dantalion ya se lo había hecho saber y, obviamente, se burlaba de ella cada que tenía oportunidad.

Por eso pensó que hechos desesperados requerían de medidas y acciones desesperadas.

Tomó los bocetos de dibujos que evocaban memorias, un libro sobre ritos de nigromantes y una libreta con distintas notas que había hecho en los últimos días; y se los llevó consigo en su pequeña travesía. Recorrió los pasillos de la Asociación hasta llegar a uno de los lugares más alejados del resto de sus habitantes, donde la gente decía que ocurrían cosas misteriosas y peligrosas: el estudio de Linden. La mayoría no se acercaba a ese sitio de la edificación, lo que encontraba extraño porque Sabriel creía que él era una de las personas más inteligentes que existían.

Normalmente tocaría la puerta, pero la hindú estaba desesperada. Empujó la madera con uno de los brazos libres, provocando que ésta golpease la pared contraria y produjese un ruido sordo. Miró dentro con curiosidad y aprensión, antes de entrar por completo en la habitación y mirar en todas direcciones, con las cosas aferradas a su pecho.

—¿Linden? —preguntó al aire. Lo sentía cerca, pero no lo veía. Dejó que el olor a muerte la guiase, aunque no habían rastros de espíritus o criaturas —por esa vez— en la habitación.—Necesito tu ayuda. Es importante y urgente.