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VeraFarina · F
[med]Who you were and who you are now[/med]



Vera podía saber cuando sus padres estaban en casa sin la necesidad de verlos cruzar la puerta, y no se trataba de un truco de magia o algún don nuevo que le permitiera sentir la presencia de los demás -al menos hasta donde ella sabía. No, lo único que requería para notarlo era su sentido del oído porque los gritos no permitían que nadie con un mínimo de capacidad auditiva pasara por alto la violenta conversación que compartían sus progenitores día sí y día también. Sus dedos temblorosos buscaron en la penumbra los audífonos que colgaban de la cabecera de su cama y con dificultad los conectó a un viejo reproductor de CDs que guardaba bajo la almohada; empero ni el volumen más alto, ni la canción más estruendosa, lograron que la fémina se aislara de lo que sucedía escaleras abajo.

—Paren… —murmuró instantes antes de meterse bajo las sábanas y colocarse la almohada en la cabeza, intentando así aprisionar los cascos con más vehemencia contra sus orejas. Verá odiaba las confrontaciones, ya fueran propias o ajenas, ya que eran una afronta directa a su estatus quo en el cual pasaba desapercibida -como un fantasma tras las cuatro paredes que conformaban su “burbuja”segura; fue por esos deseos de escapar y por la alteración de su pulso que a su alrededor se formó ese espacio blanquecino que siempre estaba dispuesto a acunarla en el vacío donde no habían voces, no había gente, no había nada.

Lo primero que sintió desaparecer fue la comodidad del colchón bajo su figura y después notó la ausencia de cobijas, sin embargo, la música siguió sonando en su cabeza y los cascos permanecían en su lugar. Paz, soledad… no hizo mayor esfuerzo por cambiar de posición o por abrir los ojos más de los segundos requeridos para confirmar sus alrededores y así, suspendida en un espacio infinito, comenzó a adormecerse. Gran error.
El golpe seco que se escuchó contra el suelo apenas y la despertó adolorida pero fue el segundo estruendo el que realmente la alertó. Torpe, torpe, torpe. ¿Cuántas veces habría de olvidar que al dormir su burbuja reventaría como si fuese pinchada? Estaba en el suelo de su habitación y una voz masculina proveniente del sitio del ruido anterior le hablaba.

“Te encontré”.

Vera hizo un esfuerzo por romper totalmente el trance que parecía querer jalarla de vuelta a la tierra de la inconsciencia y, al parecer, su instinto de supervivencia ayudó a ello pues abrió los ojos de golpe y se incorporó casi de un salto. Nuevamente la oscuridad le impedía ver con claridad por lo que dio un par de pasos atrás e intentó enfocar su vista en vano.

—¿Eres tú? —la idea cruzó por su mente de manera fugaz porque solamente existía alguien que podía pasar por los espacios de esa manera sin tocar puertas o, al menos, ella solamente lo había conocido de frente a él... Y a otro que de presentarse habría sido más estrafalario. El temor pasó a ser alegría y una sonrisilla se formó en sus labios, lo siguiente que anunció fue un nombre antiguo como ella, como él, como otros malditos y esperó respuesta a su silenciosa súplica de salvación.



La vista era una de las cosas que más le gustaban del balcón en su hogar temporal, pero la primera cosa que adoraba y que no podía dejar era la mecedora que Linden había puesto para ella ahí mismo. En ella podía sentirse acunada por un calor invisible de una persona que nunca existió y que la reconfortaba ante cada miedo o mal pensamiento existente, incluso en uno que creyó no le importaría jamás: la soledad. ¿Extrañaba entonces el exterior de su caja de cristal? No podría decirse a ciencia cierta; Vera nunca había sido de aquellas que añoraba la aventura y sentir los rayos de sol tocar su rostro pero, pese a ser una reencarnada, seguía siendo humana y debía admitir que tener la libertad de elegir o no elegir salir de allí había sido algo que subestimó por mucho tiempo; ahora que era una reclusa por su propio bien lo sabía. De todos modos, no era como si eso le importase mucho o fuese diferente a las paredes mentales que se había hecho para evitar ser dañada nuevamente.

Se abrazó a sí misma hasta que escuchó su nombre de la voz más conocida para ella en los últimos años: Linden al fin la visitaba nuevamente. Se levantó con torpesa y regresó al interior de su blanquecina habitación para confirmar la llegada del chico y buscarle inmediatamente el cuello, como si de un bebé koala se tratase al colgarse de un árbol o de otro de su misma especie. Había extrañado su presencia y lo demostró con susurros de agradecimiento directamente al oído contrario; sí, tal vez la persona cuyo calor era reflejado en la mecedora no existía, pero el de Linden era real y lograba aminorar sus miedos de una manera distinta.

—Gracias por venir —murmuró por enésima vez.