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Había pasado unos pocos días desde que había llegado al palacio. En ese corto tiempo pudo conocer a algunos sirvientes que le regalaron todo tipo de cosas, en especial peluches, creados por el ciervo del Rey. Con quien de vez en cuando compartía momentos de juego. Aunque esa tarde, el pequeño estuvo solo, disfrutando y jugando con sus peluches, creando aventuras ficticias, hablando con ellos de sus secretos más profundos, así como también el poco interés por regresar con su madre.
 
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(...) al castillo, una entrada, desde luego, por más notoria y monumental, dentro de sus terrenos.*
*Mientras dejó la pequeño en la habitación confiaría en el personal del castillo, y, por supuesto, en las ordenes dadas a su hermana, para que ningún esparvus por el momento abrumara al pequeño. Orden que Ashtelya aceptaría gustosa, aunque, con un cierto dejo de reproche en su mirar; reproche que ya el Monarca intuye sobre que asunto.

Aún así, no tendría reprimenda alguna, pues, supo por sus paladines que su hija, no sólo fue criada por Ashtelya, sino también adiestrada en el arte del combate por la misma, y, pese a ser dos años menor al pequeño, ya desde lejos pudo apreciar cierta fuerza de carácter y destreza, desarrolladas en la pequeña.

Mientras aguarda los efectos de aquella excursión al mundo terrenal permanece junto a uno de sus Dragones, el cual, en un inicio estuvo a punto de incinerarlo, gracias a que lo desconoció, sin embargo, logró arreglar aquel infortunio.

Tras recuperar su edad real, sube a lomos de la majestuosa bestia, para emprender el vuelo de regreso (...)

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