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LV1552459 · 31-35, M
Sus manos no eran precisamente gentiles, mucho menos un lienzo impoluto que mereciera tales afectos; pero ahí estaba ella, una mujer fiera de carácter tan férreo como el suyo mismo en el campo de batalla, no descuidando sus dotes de mujer y la delicadeza propia de su naturaleza, esa que florecía para él en un beso. El romano enmudeció por segundos, aterrizando al plano terrenal con su voz— Puede hacerlo, Venus, cualquier Dios lo haría. —su mano libre consintió aquel delicado rostro, le acarició como quien detalla una escultura invaluable, y ahí, delineó su labio inferior con el pulgar— ¿Tus Dioses aceptan que un Romano te ame como lo hago yo?
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