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Asintió, simplemente la siguió como un perro fiel, que era todo lo que realmente era, en su mente y acciones. La señora Lucrezia tenía un aroma particular, no solo a limpieza, más bien, como si en vez de que ella oliera a flores; las flores olieran a ella. Los mechones rubios se le pegaban a la frente. Era un día espantosamente caluroso, pero suponía que la señora se iba a sentir más cómoda lejos de los designios del primo del Rey o del Rey mismo.— El Santo padre le envió sus saludos.— Agregó en cuánto se quedaron a solas.