26-30, M
Ustedes los seres humanos deben honrar a los dioses, es triste ver lo estúpidos que son ahora.
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SW-User
Que manera más dulce tenía el emperador del inframundo de referirse a ella, al punto que a pesar de su aparente cansancio, un suave tono rosado se impregnó en sus pómulos al ser mencionada por él de esa manera. De sus labios se escapó un sutil quejido de sorpresa de su voz en el momento en el que le levantase en brazos, algo que solo acentuaría y cambiaría el color de sus mejillas a un intenso carmesí, mientras sus manos buscaban apoyo en el pecho contrario, recostando su hombro hacia él para refugiarse por un momento en su cuello, también como escondite de su mirada. —Señor
Hades... — "No es necesario que me trate tan gentilmente", quería decir, pero la vergüenza le cortaba el habla en el trayecto de sus pasos hacia el jardín subterraneo. Sintió sus pulmones llenarse y la vitalidad volver poco a poco a su cuerpo cuando notó el perfume de las flores que estuvieran en el jardín.
Su mirada se conmovió por la bella vista; plantas tímidas que se esforzaban por mantenerse, sintiendo el alivio de éstas al tenerle a ella cerca ahora. Sintió ese como el más bello de los regalos que le hubieran brindado, más allá incluso de los detalles que las ninfas tuvieran para con ella, alzando el rostro penosa hacia él, sin poder evitar apoyar su mano en el borde de la fría mejilla contraria. —¿Porqué yo? ¿Porqué me ha elegido como su consorte? Yo, que solo soy una hija del campo... No me creo merecedora de tan precioso regalo. — Dijo la dulce voz no como reproche sino por ese mismo sentimiento conmovido que ahora le llevara a derramar lágrimas nuevamente, pero de una ternura floreciente que el emperador se hubiera encargado de sembrar en su corazón.
Hades... — "No es necesario que me trate tan gentilmente", quería decir, pero la vergüenza le cortaba el habla en el trayecto de sus pasos hacia el jardín subterraneo. Sintió sus pulmones llenarse y la vitalidad volver poco a poco a su cuerpo cuando notó el perfume de las flores que estuvieran en el jardín.
Su mirada se conmovió por la bella vista; plantas tímidas que se esforzaban por mantenerse, sintiendo el alivio de éstas al tenerle a ella cerca ahora. Sintió ese como el más bello de los regalos que le hubieran brindado, más allá incluso de los detalles que las ninfas tuvieran para con ella, alzando el rostro penosa hacia él, sin poder evitar apoyar su mano en el borde de la fría mejilla contraria. —¿Porqué yo? ¿Porqué me ha elegido como su consorte? Yo, que solo soy una hija del campo... No me creo merecedora de tan precioso regalo. — Dijo la dulce voz no como reproche sino por ese mismo sentimiento conmovido que ahora le llevara a derramar lágrimas nuevamente, pero de una ternura floreciente que el emperador se hubiera encargado de sembrar en su corazón.