100+, M
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Akihito · 100+, M
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El pincel dejaba de escribir sobre el papel de arroz, dejando que la tinta diera forma a un triste pensar cargado de angustia, culpa y soledad. La noche transcurría su camino y la luna se mantenía siniestra en la lejanía. Alumbrado por una simple lámpara de aceite, el preocupado príncipe dejaba esos papeles repletos de sentires para sentarse al lado de la ventana y contemplar con mirada perdida los negros firmamentos, clamando a los mismos dioses para poder encontrar consuelo sobre la desgracia que ahora le aquejaba.
Pocos días habían transcurrido desde su retorno al castillo, la capital como siempre yacía tranquila, tan repleta de vida y color, pero para los ojos del futuro soberano todo se había vuelto gris. La desgracia que había presenciado en las lejanías ¿Sería un castigo de los dioses por su incredulidad? Era todo lo que pensaba desde que llego de su largo viaje donde muchos perecieron, pero el mayor sufrimiento que podía sentir era la culpa de no haber podido evitar el sacrificio de aquel que ahora atesoraba no solo como amigo y protector. ¿Acaso había enloquecido? El joven señor yacía confundido y al ver la luna clamaba al noble Tsukuyomi que lo iluminara en esa triste y aciaga noche.
Tan grande era su remordimiento y pesar… si tan solo no hubiera hecho de oídos sordos habría evitado semejante sacrificio, pero el destino había querido ser cruel con él y su protector. En su cabeza aún se mantenían grabadas las horrendas imágenes de esa lúgubre noche. Las pisadas desesperadas de aquellos que en vano clamaban misericordia para solo encontrarse con el frio destello de la parca que sedienta les arrebataba la vida, dejando los cuerpos desangrados de los que fueron su mejor escolta de guerreros. ¿Y si hubiera sido su vida la sacrificada en lugar de entregar el destino de él? Su cabeza se atormentaba con el sentir de mil agujas que lo atravesaban.
Un fuerte golpe de su puño contra el tatami de su alcoba era prueba suficiente para saber la ira que le invadía, desde niño siempre le dio problemas a quien fuera designado como su escolta, pero ahora, el recordar todo lo sucedido lo hacía sentir como un inútil sin remedio. Ira… miedo y dolor, era todo lo que podía transmitir en su dorada mirada que en ese instante yacía opacada por la incertidumbre. ¿Por qué los dioses crearían a seres como el del ataque? Toda su vida considero que las historias de onis y ayakashis eran cuentos fantasiosos, pero después de esa fría noche, todo su mundo y lo que creía había cambiado. Kazuhiko, su mejor amigo y guardián dio el mayor sacrificio que cualquier guerrero pudiera dar por su señor, su vida misma… y por ese sacrificio ahora padecía en un cuarto frío. Nadie sabía la verdad de esa noche, un secreto que ahora el joven señor debía guardar en lo más profundo de su ser, pero… ¿Realmente la maldición se cumpliría?
En los días de espera, el temeroso príncipe recolecto la mayor información posible sobre el nefasto atacante que ya no existía más. Libros fantasiosos… o al menos así los considero desde su infancia. Aún recordaba aquellas líneas funestas que tanto le atormentaban…


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“Noche cerrada e incierta,
la flor de tristeza se abre ante el lamento de un alma
palidecen las estrellas y la luna cae en penumbra
por la ausencia del alma que se esconde
abrumado por la niebla de su desesperación…”
[/code]la flor de tristeza se abre ante el lamento de un alma
palidecen las estrellas y la luna cae en penumbra
por la ausencia del alma que se esconde
abrumado por la niebla de su desesperación…”
El pincel dejaba de escribir sobre el papel de arroz, dejando que la tinta diera forma a un triste pensar cargado de angustia, culpa y soledad. La noche transcurría su camino y la luna se mantenía siniestra en la lejanía. Alumbrado por una simple lámpara de aceite, el preocupado príncipe dejaba esos papeles repletos de sentires para sentarse al lado de la ventana y contemplar con mirada perdida los negros firmamentos, clamando a los mismos dioses para poder encontrar consuelo sobre la desgracia que ahora le aquejaba.
Pocos días habían transcurrido desde su retorno al castillo, la capital como siempre yacía tranquila, tan repleta de vida y color, pero para los ojos del futuro soberano todo se había vuelto gris. La desgracia que había presenciado en las lejanías ¿Sería un castigo de los dioses por su incredulidad? Era todo lo que pensaba desde que llego de su largo viaje donde muchos perecieron, pero el mayor sufrimiento que podía sentir era la culpa de no haber podido evitar el sacrificio de aquel que ahora atesoraba no solo como amigo y protector. ¿Acaso había enloquecido? El joven señor yacía confundido y al ver la luna clamaba al noble Tsukuyomi que lo iluminara en esa triste y aciaga noche.
Tan grande era su remordimiento y pesar… si tan solo no hubiera hecho de oídos sordos habría evitado semejante sacrificio, pero el destino había querido ser cruel con él y su protector. En su cabeza aún se mantenían grabadas las horrendas imágenes de esa lúgubre noche. Las pisadas desesperadas de aquellos que en vano clamaban misericordia para solo encontrarse con el frio destello de la parca que sedienta les arrebataba la vida, dejando los cuerpos desangrados de los que fueron su mejor escolta de guerreros. ¿Y si hubiera sido su vida la sacrificada en lugar de entregar el destino de él? Su cabeza se atormentaba con el sentir de mil agujas que lo atravesaban.
Un fuerte golpe de su puño contra el tatami de su alcoba era prueba suficiente para saber la ira que le invadía, desde niño siempre le dio problemas a quien fuera designado como su escolta, pero ahora, el recordar todo lo sucedido lo hacía sentir como un inútil sin remedio. Ira… miedo y dolor, era todo lo que podía transmitir en su dorada mirada que en ese instante yacía opacada por la incertidumbre. ¿Por qué los dioses crearían a seres como el del ataque? Toda su vida considero que las historias de onis y ayakashis eran cuentos fantasiosos, pero después de esa fría noche, todo su mundo y lo que creía había cambiado. Kazuhiko, su mejor amigo y guardián dio el mayor sacrificio que cualquier guerrero pudiera dar por su señor, su vida misma… y por ese sacrificio ahora padecía en un cuarto frío. Nadie sabía la verdad de esa noche, un secreto que ahora el joven señor debía guardar en lo más profundo de su ser, pero… ¿Realmente la maldición se cumpliría?
En los días de espera, el temeroso príncipe recolecto la mayor información posible sobre el nefasto atacante que ya no existía más. Libros fantasiosos… o al menos así los considero desde su infancia. Aún recordaba aquellas líneas funestas que tanto le atormentaban…
[code]“Aquellas bestias sedientas de sangre que nacieron de los pecados y las maldiciones, pueden moverse de día o de noche, pero las penumbras son el ambiente favorito para hacer de las suyas. Se alimentan de la esencia pura de hombres y mujeres, dejándolos fríos y drenados. Los temidos kyuuketsuki, demonios sedientos de sangre que toman las vidas inocentes para prolongar su fuerza y misma existencia. Si algún mortal sobrevive a su ataque, es seguro que pertenecerá a los hijos de la eterna noche.“[/code]
