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Y ella puso su mejor cara de inocencia. —Pues te iba a pedir dinero, en realidad. Si la engañas no será para siempre, ¿Cierto? Cuando se de cuenta nos vetará de la taberna, pondrá nuestras caras afuera de su taberna como entes no deseados y nunca me dibujan bien la nariz.— Hizo un puchero. —¡Y me gusta esta taberna! Así que suelta lo que traigas.— Extendió la mano, esperando el oro.
 
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