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La taberna estaba como siempre, llena de viajeros y borrachos, y ellos no eran la excepción, más esa noche su propósito no solo sería perderse en el alcohol y la compañía de las mujeres, Kayley entró buscando con la mirada a la chica que pretendía presentar a su compañero, ya que Liviet se había negado a acompañarlos esa noche al bisio.

—¡Ahí está! ¡Rayla, Rayla!— Alzó la voz la semielfa intentando que se escuchara por sobre las charlas nada discretas y las canciones de los bardos.
 
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Arrastrado por ella, en un principio se mostró molesto, mas este falso malhumor mutó a una expresión más seria cuando ocurrió el afectuoso encuentro entre ambas; le hubiese encantado ser un espectador lejano para invadir la mente de ambas en ese momento.

No tuvo tiempo, debió romper con esta cara reflexiva para sacar el lado más despreocupado, elevó un poco su capucha para desvelar su rostro y algo de su cabello albo, le sonrió con ánimos amistosos—. Es un gusto —las manos se encontraron, la frialdad mortuoria de él contrastó con la excesiva delicadeza de ella, eso no pudo durar demasiado, pero él concluyó que era totalmente diferente a Liviet o Kayley—. Si me lo permites, eres mucho más hermosa de lo que Kayley ha dicho en lo que llegábamos hasta aquí; no dejó de nombrarte en ningún momento —exageró y quiso incomodar a la otra, cuando la describió por primera vez, ella le dio muchas armas para molestarla, él las utilizó sin pudor frente a Rayla.
 
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