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— Espera, ¿qué te da asco? Hablas como si el muerto usara sus manos huesudas para maquillarse a sí mismo.

Ríe, negando con la cabeza incapaz de ocultar su decepción. Juliana era una de esas señoritas frágiles después de todo. Y Rose, siempre muy cerca de la muerte, sin miedo ni asco. En varios sentidos.

— Costoso. Ese maquillaje no saldrá de mi sueldo, lo vas a pagar tú sola.
 
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