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Hijo de Eileen, morador de la Tierra.
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AC1555631 · F
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Los alaridos cubrieron por completo el sonido de las pisadas de Jules; era la noche del terror para la fémina que temblaba violentamente en su mismo sitio sin poder apartar la vista del terrible espectáculo que había dejado esparcido por el suelo y como acostumbra hacer la mente - tan cruel en situaciones de riesgo - no pudo evitar preguntarse si él tendría familia, amigos, una persona que lo amara y lo esperara en casa. Asesina, asesina, asesina. Ariadnae era una asesina, una persona vil y despiadada como esas que ella misma había condenado en antaño. En ese momento prefirió jamás haber vuelto a la vida pues su letargo "eterno" pintaba mucho mejor que las acciones que había cometido.

¿Por qué?, ¿por qué lo había hecho? Sobra decir que ni ella misma tenía idea aunque la sensación de hormigueo en sus palmas perdurara y el resquicio del gozo de haber desmembrado el cuerpo resonara como un eco en su interior. Tal vez no había otro motivo que el que su cabeza gritaba: eres mala. Podía verse sumergida a sí misma en las aguas pantanosas de sus pensamientos hasta que unos brazos hicieron aparición y la sostuvieron pese a no lograr sacarla, era Jules el que la abrazaba con cariño, a ella... A su avatar real y lleno de sangre fresca.

"No descanses mucho, Ariadnae. Tus instintos volverán a florecer y aquí estaré para potenciarlos. Tal vez el próximo en sufrirlos sea él. Ya quiero ver."


Quiso hablar, trató de decirle que lo lamentaba pero no podía dejar de gritar y parecía que en mucho tiempo no habría de emitir palabra siendo que su garganta ya ardía por tanta fuerza. Los músculos tensos impidieron que respondiera el abrazo pero el calor masculino logró al menos que el temblor fuera descendiendo hasta que no quedó mas que el de sus manos. Jules siempre se las arreglaba para ser un bálsamo, esa era su magia real; sin embargo, fue hasta que sintió que él sollozaba que de sus ojos brotaron lágrimas sin parar como si alguien hubiera abierto la llave de algún grifo en presión y fueron las mismas las que se mezclaron con el carmín que salpicaba su rostro hasta lavarlo de a poco.

Se esforzó todo lo que pudo para tocarlo de vuelta, cualquier parte de su cuerpo contaba pero, entonces, observó la cabeza del occiso y fue como si este le devolviera la mirada. Un repentino ataque de risa la atacó, silenciando sus gritos y transformándolos en carcajadas y sollozos. Sus manos se detuvieron en el camino hasta Jules y en vez de eso se posaron sobre su propia cabeza mientras negaba y rogaba en silencio que la sacaran de ahí. Pronto dejó de respirar y todo se puso negro; perdió la conciencia.

Gracias al cielo. [/code]
 
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