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Le encantaba caminar por la academia a altas horas de la noche, mientras todos dormían. Se quitaba los zapatos y salía por allí, percibiendo a través de su piel si alguien podría sorprenderla.

No necesitaba luz, la piedra le decía qué cosas tenía en frente, o qué se movía. Con ello llegaba a la cocina y abría los refrigeradores en busca de postres; tenía una gran debilidad por el azúcar.
Llenaba una bolsa de tela con ellos y volvía a su habitación, comiendo un panecillo en el camino.
 
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Se quejó de las cosquillas cuando estaba por juntar sus frentes, atrapó sus pies entre los suyos.

─Quieta, o te mostraré algo que te asuste. ─amenazó o almenos lo intentó: su tono jamás fue intimidante.

Al fin sin interrupciones pudo mostrarle el cielo azul de aquel día, todos vestían de caza y montaban sus dragones. Padre guiaba en su montura con madre, el viento traía menta con lavanda a sus rostros y el sol no era tan cruel vestido de nubes.

En los cielos eran lo más cercano a los Dioses, las gemelas no le temían a la muerte. Sus piruetas definían la física nuevamente, pero a ojos de ellas lo indispensable era compartir el cielo juntas.
 
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