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Le encantaba caminar por la academia a altas horas de la noche, mientras todos dormían. Se quitaba los zapatos y salía por allí, percibiendo a través de su piel si alguien podría sorprenderla.

No necesitaba luz, la piedra le decía qué cosas tenía en frente, o qué se movía. Con ello llegaba a la cocina y abría los refrigeradores en busca de postres; tenía una gran debilidad por el azúcar.
Llenaba una bolsa de tela con ellos y volvía a su habitación, comiendo un panecillo en el camino.
 
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Se aseguró de verla a los ojos al aceptar el postre, por ese medio no se dejaba engañar por sus palabras o irritarse ante su ironía.

Le metió el diente al pastelito quedando un bigote gracioso de crema.

─Gracias...─Casi sucumbe a sonreírle, pero su deber como hermana mayor se adelantó a la luz:─ No deberías hacer eso, te pueden castigar.
 
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