La rubia desprendía insolencia, pero Jin no preveía su desafío. Su intención no era herirla. La sorpresa creció al verla actuar de manera peculiar, como si ocultara un secreto. La intriga lo envolvió mientras ella luchaba con algo invisible. Incierto de cómo reaccionar, buscó cuidadosamente el momento para indagar si estaba bien, si algo la aquejaba. — ¿Te sucede algo? — Sus palabras eran un intento de romper la barrera entre ellos, de ofrecer ayuda en medio de la desconcertante situación.
¿No te quedó claro? O.K. lo hago de nuevo ,— con la misma indolencia que no le teme a nada levantó la otra mano aguilmentte para repetir la acción, pretendía estampar el dorso de su mano ahora, ese era el plan hasta que un dolor extraño nublo su conciencia, un dolor que le llegó incluso antes de sentir la piel suave de aquel asiático.
Con implacable compostura, Jin, como un viejo cerezo en el viento resistió sin pestañear. La mano pálida de la rubia se atrevió a desafiar su temple, pero su mirada de acero no se desvió. En ese efímero instante, dos mundos chocaron: la oscura tradición y la insolencia extranjera. El silencio habló volúmenes, advirtiendo que su calma era la antesala de la tormenta. — ¿Qué acabas de hacer? — Suscitó en un tono intimidante hacia ella.
