Bajó los pies y se cruzó de piernas.— Bien, modales. —repitió, sin mostrarse fastidiada, eso hasta que puso la sonrisa gentil que le irritaba.— Ugh, quita esa cara, qué pesado. —Frunció el ceño, desviando la mirada al frente, mientras empezaba a peinarse el cabello con los dedos, aún sintiéndose un tanto débil; claro, procuraría que no se notara. — Ni se te ocurra. —le miró con severidad. —Mantén esas cosas alejadas de mí. Si quieres una excusa para tocarme el pecho, inventate otra cosa. —Inclinó el rostro, arqueando una de sus cejas, intentando devolverle el favor de hacerla sentir incómoda con su sonrisa tonta— No sabía que los religiosos eran tan pervertidos, pero uno aprende algo nuevo todos los días.