—Ugh— Liz puso los ojos en blanco cuando le sonrió, intolerante del trato agradable que ahora parecía tener, después de haberle dado un susto con su pequeño truco. Nunca se había encontrado con alguien que realmente quisiera acabar con ella, así que le ponía más nerviosa su calma que su ira. — Bien, acepto una tregua, pero no te tocaré, no sé qué han hecho tus manos. —"Y mejor no correr riesgos", pensó.

—Espero pienses en mi oferta. — Ella retrocedió con los brazos cruzados, caminando de espaldas para mirarle en todo momento, desconfiada. Cuando tuvo suficiente distancia entre ellos, dio la espalda y se marchó, aliviándose el pitido agudo que le surgía al estar cerca de personas del "bien".