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Pese a su dura corteza, el infante siempre destellaba cuando escuchaba la dulce voz de su madre, era la luz de sus ojos. La única que le daba consuelo a su roído corazón de niño. Y más ahora con esta traición.
—¡Madre!.— se levantó para recibirla en su cama y ese par de rubíes brillo solo de mirarla. Su sonrisa era la de un ángel, uno que dentro de un tiempo caería del cielo.
—Veras, ... no logro comprender a Sol. ¿Por que nos dejó? — su semblante se mostró más inquisitivo pero guardando la ternura de su rostro, si bien amaba a su hermana tanto como a su madre, no la perdonaría.
 
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