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*Eran mantos de bruma, de negro cielo tildado de una multitud de estrellas y de flores de plenilunio imitando al universo sobre ellas. Isilmë, la reina de la noche se encargaba de dar tenue luz, de filtrarla por entre las copas de los árboles menos tupidos, y de iluminar la espigada silueta femenina, de pie, de ojos de oro postrados ante el vacío, de colores níveos, de mejillas y labios rosados floreciendo primaverales, rozagantes.*
 
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(...) un instante para responder.
- No puedo recordar ninguna historia que valga la pena en este momento. Pero te prometo que; cuando esa historia me encuentre, entonces saldaré mi deuda. - con la paciencia de un sabio, el vampiro finalmente emprende su camino. Sólo las sombras le siguen y mientras la niebla se vuelve cada vez más densa y las sombras cubren su mirada, lo último que recuerda es a la luna que tanto admiró desde el cielo, de pie ante él hace tan sólo un instante.
Esa sensación de nostalgia que tanto le había invadido, ese memorial eterno que esperaba cuando le contemplaba noche tras noche y la culpa que ordenaba como pesadas lápidas postradas en una habitación demasiado pequeña para contenerlas.
- La espina de una rosa plantada por un lirio... - se sonríe en su pensamiento. - Jamás pensé que pudiese florecer algo así. - y su risa ante tal tontería es el eco de la incertidumbre del futuro que le espera.
Eso y un "gracias" que resguarda el viento.
 
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