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*Eran mantos de bruma, de negro cielo tildado de una multitud de estrellas y de flores de plenilunio imitando al universo sobre ellas. Isilmë, la reina de la noche se encargaba de dar tenue luz, de filtrarla por entre las copas de los árboles menos tupidos, y de iluminar la espigada silueta femenina, de pie, de ojos de oro postrados ante el vacío, de colores níveos, de mejillas y labios rosados floreciendo primaverales, rozagantes.*
 
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(...) sus hombros no sienten la carga de todo ese pesar.
- No podría hacerlo... - alza la vista hasta ella, un semblante tranquilo. Para una ajeno, la escena se confundiría con las antiguas formas en las que un caballero era coronado por una reina.
Sólo que hoy en noche, la corona fue un empujón hacia adelante y un corte hacia atrás,
- Nunca encontré el sentido en aquellos que buscan hacer el bien de forma desinteresada. - al ponerse de pie con la calma de un sastre, su expresión ha abandonado la mella de pesar que le acompañaba siempre.
Al menos por ahora.
- Hasta esta noche. - le mira con intensidad, pensativo y riguroso. - Debe haber algo que pueda hacer para pagar tal esfuerzo. - habla con soltura y confianza. Algo que incluso en su mirar se encuentra extrañado y casi... casi sonriente.
Casi.
 
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