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*Eran mantos de bruma, de negro cielo tildado de una multitud de estrellas y de flores de plenilunio imitando al universo sobre ellas. Isilmë, la reina de la noche se encargaba de dar tenue luz, de filtrarla por entre las copas de los árboles menos tupidos, y de iluminar la espigada silueta femenina, de pie, de ojos de oro postrados ante el vacío, de colores níveos, de mejillas y labios rosados floreciendo primaverales, rozagantes.*
 
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Temblorosa su mano, todavía sosteniendo el doloroso pasado que se aferraba a su rostro. No, no sería el final de la herida. Pero así como ahora, cicatriz quedaría. Incluso puede percibir como le ha abandonado una piedra enterrada en el corazón, pues su pecho se siente más ligero y su habla más fluida.
No hay defensas altas en ese momento. Parece un instante de paz en el que se dedica a volcarse en el paisaje y ser uno con todo el bosque, cerrando su ojo único para apreciar desde el diminuto remolino de viento creado por las alas de una luciérnaga, hasta el estruendo del agua que choca contra las rocas al pasar. Voltaire permanece así largo rato, oprimiendo la carne entre sus garras hasta que la misma se vuelve cenizas y termina arrastrada por la primera brisa que se atreve a soplar.
No rechaza la elfa y casi actúa como si no estuviese ahí, pero la verdad es que es plenamente consciente. Y aunque no ha olvidado ni sigue cargando con su pasado, hoy su espalda es más liviana y (...)
 
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