*Bajó su extremidad dejándola suspendida, casi a merced de su propia ingravidez con sempiterna delicadeza. Sus ojos se despoblaron de calidez cuando el serafín giró e inició marcha lejos de ella. No había tiempo para un nuevo adaggio, su corazón, su alma estaban al parecer enfocados en algo más importante, un sentimiento abstracto en un lapso venidero. Las sílfides retornaron a su danza habitual, y el crujir de los árboles dictaminaba un suspiro profundo y tranquilo antes de una guerra, pero el áureo astro presente en los iris de Iriel, lucía sobrio, sereno y a la vez reflexivo.

El tiempo era una ilusión, mas preparar cuestiones para un evento futuro sin tener consciencia de aquel, era una difícil tarea. Esa noche solamente las luciérnagas, Isilmë, las estrellas y esa saeta de luz, brillaron en la más insondable oscuridad hasta que el serafín dejó los bosques de transición, hasta que las filigranas de su aura, ya no sintieron.*