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Ooc: Para nada decepcionarme. Me gusta este nuevo "modo". Acá le plasmo el mío, algunas cosas cambie. Creo que este rol lo haré más refinado. Así que, me dice su opinión en cuanto pueda.

Un mes había transcurrido luego de que una serie de acontecimientos hayan estado sucediendo bajo las cuerdas de la burócrata Londres. Un asesinato, -uno misterioso en verdad- que a las autoridades inglesas inquietaba hasta la médula. El perpetrador lo desconocen, la victima una joyera de avanzada edad de unos 1.45 metros, tez caucásica de unos 70 años que encontraron desnuda en su cama sin sabanas y con un polvillo cenizoso alrededor del mueble. Sus pertenencias no se la llevaron, más un libro de registros financieros fue lo que no se encontró por ninguna parte, sin embargo ninguno de los oficiales se dio cuenta del extravió.

Marcaban las 9:42 A.M de una mañana beneficiosa. El mejor amigo, y colega de un detective notable y con características tales como el de la imprudencia y el de la insolencia le había informado del acontecimiento tan atroz, pero que por razones protocolares el caso nunca salió a la luz pero por motivos de mayor rigor (El hijo de la victima exige que se investigue el caso y estará pagando una fuerte suma a quien descifre el caso) se volvió a tomar el caso de la joyera asesinada. Ahora que tenían la información en manos era esencial que la mayor de las mentes comenzara a armar el rompecabezas malicioso. Lo primero que había que hacer era ir a la escena del crimen, que según testimonian los oficiales aun sigue intacta por supuesto sin el cadáver de la moribunda anciana.

El crepúsculo hace horas se había difuminado en la estepa del firmamento, las personas ya estaban en sus actividades, en sus locales, en sus puestos de flores y de ventas de un pan mal hecho, pero que por la avaricia de sus vendedores obviaban aquel asunto del moho y solo aplicarían más del polvo blanquecino de una harina relativamente nueva. Unos zapatos de medio tacón, color mocacchino, un traje de vestir café con una camisa blanca manga larga bajo del mismo, mostrando un cuello cubierto por una bufanda vino tinto se mostrarían en un caminar recto e imparable por las calles de aquella Londres podrida según la Mente Brillante. El calzado resonaba con una fuerza estrepitosa en las calles rocosas de la Londres de aquella época, la humedad y los charcos esparcidos en los rincones menos y más concurridos eran como una ornamentación urbana muy a lo sombrío y pero bastante descuidada.

Esquivaría unos cuantos puestos de ventas de aves, terrible para la vista, allí mismo le degollaban, saldría con la firmeza de un general en la desembocadura de una de las avenidas principales, hasta que en una manía por vigilar cada detalle, cada minúsculo acierto o desacierto de las personas en su radio de 360 grados en derredor, una estampa femenina, la más bella para él y a la única que consideraba como una maldición y más que eso una debilidad tan arraigada en su muy introvertida personalidad, compartió con él una mirada. Su garganta de pronto se seco, su estomago se contrajo, con disimulo cruzo sus manos al nivel de su estomago para que un nerviosismo tortuoso no saliese, una sonrisa bastante ambigua y nerviosa saldría con la misma torpeza con la que un niño aprende a caminar para luego verse respondido por una más fina y más dedicada, huiría tal vez pero la palabra se hizo primero y solo le quedo ceder, siempre con ella le toca ceder –Señorita Irene. –Aclaró su tono de una forma bastante brusca poniendo por supuesto en evidencia lo nervioso que le ponía la presencia de su Debilidad. Sus ojos brillantes le vería por un fragmento de segundo y luego haciendo un ademán de incomodidad torcería el cuello hacia el otro lado de la calle pues le era mejor ver a los demás que encontrarse con esa mirada que le encrespaba la piel pero que muy en el fondo lo excitaba- Extrañarme, que rara esa connotación no cree? –Comentó en su hablar nervioso y casi ávido- Yo para nada, no, no, no le extrañe. Después de casi morir por, no sé tal vez causa suya, no para nada, no le extrañe ni un poco. ¡Uh ah! Para nada. –sacudió sus hombros.
 
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