—Dudo fuertemente que sea solo a los ojos de los hombres a los que tu naturaleza le parece "perturbadora"...— Respondió con un cinismo que era ajeno a su naturaleza normal.

—Y yo pensé que fue mi magnética y salvaje esencia la que te trajo de visita... Me has roto el corazón, pequeña dríade.— Le siguió con la mirada alrededor del pequeño edén. El andar del hechicero era ligero, más de lo usual. Incluso sus orejas vibraban a momentos. La nariz aun humana de Ignis respingó, al momento que se acercó con impertinencia para olfatear por sobre el hombro de la fémina.

—Romero, Azaleas y frambuesas... Con un toque de vinagre de manzana, apenas una gota. — Se relamió los labios ante aquella descripción tan exacta de los aromas que evocaban la esencia de la dríade.