Sus orbes de diferente colores observaron disimuladamente a las personas que ingresaban apresuradamente a sus respectivos hogares, y él, el joven Adam Gallagher, ni siquiera se inmutaba del "terror" de la noche y se quedaba deambulado por las calles cómo si nada. Porque le gustaba. Relamió sus labios lentamente y su paso era lento, pero con seguridad. Adam era un simple humano, enfermo como todos, loco como todos, pero de alguna forma grotesco. La esquizofrenia lo tenía en aquel estado y la psicosis de la misma manera. No podía evitar sentir cómo sus manos se deterioraban lentamente, dejando a la vista sus músculos palpitantes y sus huesos, con la sangre coagulada. No podía evitar sentirse sirviente y marioneta de las voces que escuchaba en su cabeza, en los alrededores y en la frescura del viento. No huía de las sombras que observaba, al contrario, el joven pelinegro; las buscaba. No le temía a la oscuridad, porque le gustaba, y su realidad era confusa. Estaba en el limbo. Llevó su mirada hasta una persona que pasó a su lado y él se mantuvo expectante ante cualquier movimiento de aquella simple humana de cabellera negra ondulada.. Luego, bajó su vista hasta una de las piernas de la muchacha y mantuvo sus orbes de diferentes colores posadas allí. La muchacha tenía desgarrada la pierna, la carne colgaba de allí, la sangre fluía y se secaba ayudada por el viento, el hueso tintado de un bonito carmesí se movía acorde del movimiento de piernas que empleaba aquella persona para caminar. Quítale aquel sufrimiento. Escuchó cerca de su oído, aquellas voces que estaban constantemente hablándole y de pronto una sombra se asomó debajo de la muchacha. Corta su pierna. Volvió a escuchar y en su rostro frío y pálido se cinceló una extraña sonrisa. Sintió cosquillas en las yemas de sus dedos, tragó saliva lentamente, cerró sus párpados con cuidado y esperó que la gota fría de su frente resbalara por su rostro hasta su mentón. Entonces, lo haría. Pero cuándo el joven pelinegro volvió a abrir sus párpados, la persona que estaba observando, ya se había esfumado cómo por arte de magia. Sintió la garganta seca y volvió a tragar saliva lentamente. Está bien, vayámonos. No tenemos nada qué hacer. Escuchó nuevamente y cuándo volvió a retomar su caminata -puesto que se había detenido minutos atrás- el atardecer se hacía cada vez más insoportable. Prefería más lo oscuro. De pronto una risa salió expulsada de sus labios, de la nada misma. Y cuándo dejó de reír una persona estaba caminando junto a él. El muchacho ni siquiera se inmutó ante la aparición tan brusca de la otra persona, pero sus orbes se fijaron en el rostro del desconocido y se le quedó mirando fijamente sin ningún remordimiento de por medio. Observó el perfil de él y tan sólo soltó un leve suspiro antes de hablar. -Su piel...- Hizo una leve pausa, cuándo alzaba uno de sus dedos -que según él eran sólo huesos- y apuntó el rostro del desconocido. -Se está deteriorando... se está secando.- Habló naturalmente, cómo de costumbre. Porque así lo estaba observando. -¿No quiere, usted?- Arráncasela, Adam. Volvió a hacer una leve pausa, manteniendo su tono de voz que era frío, pero al mismo tiempo elegante cómo su figura. -¿Qué le ayude?- Preguntó directamente, cuándo detenía la caminata de golpe y mantenía su fría expresión. Parpadeó varias veces y esperó. -Y sigue cayendo- Murmuró. -Buenas tardes.- Contestó por última vez, observando cómo la piel seca caía y caía hasta el suelo, dejando en polvilllo la antes perfumada piel, quizá.
[La joven elfa se encontraba en los jardines extensos del palacio de Alfheim, apreciaba el dulce aroma de las particulares rosas azules, era casi hipnotizante. Aquel dia era especial para ella, ya que un atardecer para ella era muy magico, sobretodo en esos lares, nunca se perdia uno. Cerrando sus orbes, dejaba que el viento acarisiara sus cabellos blancos mientras que una sonrisa suave aparecia en su fino rostro]
que agradable tarde...
[ Ese era uno de los dias que podria apreciar la naturaleza estando sola. ]
