Se detuvo para seguir escuchando tan estricto sermón. A pesar de que no estaba viendo de frente a Mei, Harumi colocó un rostro dolido, como si se hubiese hecho una herida. Sentía lástima por Yuzucchi, y el dilema que debe ser amar a una persona tan complicada y dura.
—Vale, vale. No me apetece estar en tu mira—se preguntaba si Mei siempre había sido así de... volatil. ¿Qué más ocultaba tras ese rostro aparentemente calmado?
—No te creo que seas indiferente a lo que Yuzu desee. Claro, si de verdad eres su hermana y no solo su presidenta...— le molestó el ataque directo, como si no fuese digna de estar cerca de Yuzu. Lo mejor sería parar, y rezar por que el consejo estudiantil no inicie búsqueda de teléfonos móvil en su escondite secreto.
—¿Eso sería todo, Mei? Es decir... Superior Aihara.
—Llevas un año en la Academia y aún no entiendes cómo funcionan las cosas aquí.— Replicó, siguiéndola con la mirada. No era ningún secreto que el Consejo ejercía las reglas de forma implacable, eso lo había aprendido de su abuelo, la búsqueda de la perfección era un estigma que era su obligación cargar. Y las manzanas podridas nunca son aceptables dentro de un sistema.
—Yuzu no es cualquier persona, el apellido que lleva ahora exige de ella la excelencia. No es como tú.— Intentó mantenerse tranquila, pero esas provocaciones causaban extraños estragos en ella. Nunca se había sentido de ese modo. Solo sentía que quería ahorcarla.
—No me importan tus deseos, quizás tampoco los de ella, o su amistad.— Su estúpida amistad. —Pero si te conviertes en un problema, dejarás de ser invisible para mi.
Sintiéndose algo confundida, ladeó la cabeza, provocando que un mechón de cabello cayera sobre su rostro. Tras acomodarse el cabello detrás de la oreja, Harumi colocó una mano sobre su cintura. Evidentemente no estaba contenta.
—Imponiendo orden con mano de hierro, eh?— expresó con tono divertido y burlón; sabía que era mala idea meterse con la mismísima presidenta del consejo. Sobre todo, con la hermana de su mejor amiga.
—Mei— avanzó un paso, dirigiéndose al lado opuesto al que Mei iba. —Yo soy su amiga, no su tutor ni su hermana. Si ella me busca para divertirse, allí estaré; cuando acaben las clases, estaré también para Yuzu— se detuvo para suspirar, pensativa. —... incluso cuando viene a mí hecha pedazos, estoy ahí siempre para recoger cada trozo— se apartó de ella, notándose mucho más animada.
Nunca había prestado atención a esa chica, más allá de ser nueva en la Academia y sus discretos esfuerzos por ocultar su teléfono de los ojos del Consejo Estudiantil no había dado ningún problema.
Pero su cercanía con Yuzu era peligrosa. Molesta. La expresión estoica de la Presidenta no cambió en absoluto ante esas palabras tan atrevidas, incluso con una indirecta de ese calibre en medio. Ella no era ninguna tonta.
—Bien. Las consecuencias de las acciones de ambas serán peores para Yuzu, y esta será la única advertencia. Si en realidad eres su mejor amiga, deberías dejar de aplaudir su mediocridad.
