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JLc1518779 · M
Ahí, en el interior de los sueños, una cinta comenzó a reproducirse. No había donde ocultarse. En aquella película antigua vio la silueta de un hombre, esa era la voz que le llamaba, el tono era gentil, endulzaba los sentidos e hipnotizaba. Quizás, ¿Su creador?...
Mientras el maletín continuaba ahí, el Conejo monitoreaba desde otro mundo, a través de las puertas del N- field, como iba la situación con cada una de las piezas en aquel tablero. Una… Dos… Tres… Cuatro. Paró oreja la criatura, al ver por aquella abertura como una joven entraba en el viejo teatro. Bien, él no conocía la ciudad, se la pasaba brincando de mundo a mundo con la intensión de hallar algo divertido que ver, por lo que, haber ido a depositar el maletín en aquella Ciudad sólo había sido un encargo que debía atender, mas, no era tonto, ese Conejo se las ideaba siempre para poner en apuros a las jóvenes Rosas, después de todo, su entretenimiento fundamental era ver como se desmembraban entre si. Tenía curiosidad, ¿Realmente existiría la perfección? ¿Y de ahí nacería Alice? ¡Para qué esperar tanto! ¡Habría que acomodar las piezas en el debido lugar para después avanzar y ver como iban cayendo cada una de ellas!

Souseiseki, no sabía lo que acontecía fuera del sueño, sin embargo, una sensación lejana le inundaba. Fue sostenida con delicadeza, cuando la chica abrió el maletín y logró sacarla. Si pudiese darse cuenta, estaría dando ahora las gracias por tanta gentileza. Pronto, algo en aquel mundo, se rompió. Sí, los sueños que tenía se vinieron abajo, pues la joven que la cargaba ahora le daba cuerda… Estaba regresando, ¿A la realidad?

La pequeña muñeca, comenzó a mover sus pequeños dedos, enseguida un crujido sultil se oyó al elevar lentamente los brazos. Su cabeza empezó a erguirse, entre pausas. Sus orbes, se abrieron de a poco, empezaron a mostrar el brillo de aquel cristal. El color en ambos era diferente. El izquierdo era un mar rojizo, y el derecho naturaleza viva y difunta. La porcelana en su cuerpo… Sus labios pronunciaron palabras que no lograron emitir sonido alguno. Estaba regresando en si, y aquella voz que le llamaba… Dejó un atisbo de felicidad.
 
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