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浜辺の歌
 
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User1580083 · 70-79, M
Un shakuhachi, una flauta de madera de bambú, barnizada y decorada con los colores de sus prendas. Un pequeño resoplo previo a la inhalación se da entre sus labios antes de acercar el extenso instrumento. Su boca se coloca en el filo de madera, y entona con la inocencia de un niño soplando una botella vacía. Primero suavemente con graves, para no alarmar. Luego, acrecentando con vibraciones de tai-kan hasta que llega el primer tono medio; donde el sonido es amplio, extenso, pero suave; tiene matices de dramatismo con los que transpone el calor de la mañana, dotándola de un dulzor extravagante en el que apenas existen kan, tonos agudos. Como si fuera un saludo, el poderoso sonido que sale de sus resistentes pulmones se aleja con gracia y sutileza.-
User1580083 · 70-79, M
El guerrero jamás se habría detenido en su camino, ni siquiera para presenciar un duelo. Pues el sonido de las cuerdas era algo que le llamaba, que lo alentaba hacia el momento cúspide de la melodía. La caminata pronto se volvió un trote, luego una carrera donde incluso los saya de sus katanas enfundadas se mostraban, aún con los grabados que su daimyō le confirió. Pero fue efímero. Hay algo que él no puede atravesar por más que lo desee, porque tiene un capricho que sólo se ha permitido en la ilusión de no romper sus principios.-
壁. -Menciona por lo bajo, casi hablando consigo mismo. Dándose cuenta luego de dónde estaba parado. El distrito rojo, un lugar donde los rōnin no están permitidos. Por suerte llevaba un tiempo incógnito, si bien las noticias de su llegada pronto se esparcirían por la ciudad. Aún así decidió retirarse, con su kasa bajo, rebuscando entre sus prendas algo con lo qué simular otra impresión distinta del lugar.
Hanaogi · 22-25, F
El bachi se movía verticalmente entre las cuerdas, sobre la superficie del shamisen, prendado de esa mano fina que lo sujetaba con firmeza; mientras que los dedos índice, medio y anular de la izquierda, presionaban con precisión los puntos tsubo. La melodía, tan misteriosa como relajante, parecía natural entre la calidez de la luz que hacía aquel lugar verse como lo que era: un distrito rojo; y tan suave como los fluidos movimientos de esas refinadas manos.
Hanaogi · 22-25, F
El sol caía sereno en Yoshiwara, y era uno de esos improbables momentos silenciosos en Ogiya; un momento de calma antes de comenzar el día de trabajo. Pero el día de trabajo inicia primero y termina mucho después para una Oiran, pues los preparativos de su peinado, de su maquillaje, y de su atuendo llevaban horas. Aquella tarde, mientras esperaba que la cera se endureciera en su cabello, y antes de su maquillaje, Hanaōgi había decidido practicar su interpretación de shamisen, mientras era bañada por los últimos rayos del sol, frente a aquel bien cuidado estanque, pero con el rostro cubierto por una máscara; pues nadie debía ver su rostro desnudo. Sentada, tan recatada como siempre, sus delgados dedos acariciaban el instrumento que sostenía en un abrazo casi íntimo; así era la conexión de una Oiran con su fiel compañero.
User1580083 · 70-79, M
平和 -Oyó, entre el viento susurrante, los sonidos de lo que creyó un Shamisen, que golpeaba sus oídos como olas de mar en la costa más empinada.
Vestido con prendas extensas de un azul que derrocha gotas de un verde creciente como llamas en sus extremos, cubría perfectamente su cuerpo y sus pertenencias.
Alzó su cabeza para ver a través del kasa, el amplio sombrero de paja que lleva atado al mentón. Quiso ver con los afilados ojos negros el origen de la melodía, guiándose como el caudal del río al bajar de la vertiente. Con apuro, pero disimulo; veloz, pero audaz.-

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