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Langzi · 26-30, M
Antes de devolverla dio otra calada, la primera fue patético, pero luego de reconocer la potencia del opio supo controlarla. Entonces devolvió la pipa y dejó salir el humo hacia el cielo. Disfrutando de aquella sensación de relajo que producía en su cuerpo.
—Si tuviera miedo de acompañarla no estaría aquí —aclaró con naturalidad, luego sacó de sus bolsillos un puro—, no eres la primera mujer con cara cortada que conozco.
Divertido le dedicó una mirada, "Yo también tengo mis secretos" decía con esta.
El chino entonces buscó el encendedor, por desgracia lo había olvidado. Extendió entonces el mentón un poco hacia el frente, recogió el cabello y con el puro en boca preguntó;
—¿Me prestas fuego?
—Si tuviera miedo de acompañarla no estaría aquí —aclaró con naturalidad, luego sacó de sus bolsillos un puro—, no eres la primera mujer con cara cortada que conozco.
Divertido le dedicó una mirada, "Yo también tengo mis secretos" decía con esta.
El chino entonces buscó el encendedor, por desgracia lo había olvidado. Extendió entonces el mentón un poco hacia el frente, recogió el cabello y con el puro en boca preguntó;
—¿Me prestas fuego?
Hanaogi · 22-25, F
—¿Hermoso? ¿Te refieres al opio?— cuestionó, mirándole de soslayo, con esos ojos afilados fijos en la forma en la que el hombre calaba la pipa, y tuvo que reírse, con esa enorme boca suya que hacía su expresión algo siniestro, pero inevitablemente hermoso. Recargó su rostro sobre unas de sus manos, parecía absolutamente entretenida observando ese cuerpo sucumbir ante la celeridad de los efectos del opio, que se colaba en ese cuerpo a través de los pulmones.
—Tómalo con calma, anata.— dijo en un murmuro seseante, estirando la mano hacia él, pidiendo la pipa de regreso, sapiente de que el ajeno se esforzaba por no toser.— Dime, forastero, ¿acaso no te miedo acompañarme esta noche?
—Tómalo con calma, anata.— dijo en un murmuro seseante, estirando la mano hacia él, pidiendo la pipa de regreso, sapiente de que el ajeno se esforzaba por no toser.— Dime, forastero, ¿acaso no te miedo acompañarme esta noche?
Langzi · 26-30, M
—Es hermoso, ¿No lo cree? —dijo tomando la pipa entre sus manos—, el cómo podemos reírnos de algo, o disfrutar de otras cosas, como el sakke.
Caló un poco antes de continuar, entonces el particular sabor lo hizo abrir los ojos con sorpresa. Jamás había probado Opio, y estaba muy bueno. Instintivamente siguió calando hasta el punto de que sus pulmones no le permitían; soltó de prisa antes de verse obligado a toser.
—Uh, ¿Opio dijiste? Voy a empezara a buscar un poco. Ya siento mi cuerpo relajado.
Caló un poco antes de continuar, entonces el particular sabor lo hizo abrir los ojos con sorpresa. Jamás había probado Opio, y estaba muy bueno. Instintivamente siguió calando hasta el punto de que sus pulmones no le permitían; soltó de prisa antes de verse obligado a toser.
—Uh, ¿Opio dijiste? Voy a empezara a buscar un poco. Ya siento mi cuerpo relajado.
Hanaogi · 22-25, F
La cortina de humo se disipó ligeramente cuando la mujer tuvo que reír en voz alta, pero jamás estruendosa, con esa enorme y ensangrentada boca. El humo le salía hasta por las mejillas. Le ofreció la pipa al hombre sin mayor ceremoniosidad.
—Opio.— dijo, a secas, con los ojos siguiendo los movimientos de la mano ajena, atenta.— Te advierto que es altamente adictivo, ¿aún así lo quieres probar, intrépido forastero?
—Opio.— dijo, a secas, con los ojos siguiendo los movimientos de la mano ajena, atenta.— Te advierto que es altamente adictivo, ¿aún así lo quieres probar, intrépido forastero?
Langzi · 26-30, M
—Naruhodo —sonriente se acercó con pasos largos, en un sentido de diversión—, la belleza del horror y el horroroso de lo bello. ¡Me gusta mucho esa idea!
Abrió los brazos hacia el cielo como si una verdad absoluta se le fuera presentada. Las estrellas por supuesto siempre brillaban, miró entonces una en específico.
—En vez de miedo, tengo curiosidad por lo que está fumando. Me gustaría probar un poco.
Abrió los brazos hacia el cielo como si una verdad absoluta se le fuera presentada. Las estrellas por supuesto siempre brillaban, miró entonces una en específico.
—En vez de miedo, tengo curiosidad por lo que está fumando. Me gustaría probar un poco.
Hanaogi · 22-25, F
¿Quién dice que la belleza y el horror no coexisten? No son mutuamente exclusivos; se dicen cosas de lo que no se comprende. —le dio una buena calada a su pipa, y el humo salió por los lados de la apertura de su boca.— Y tú, ¿no tienes miedo? —cuestionó ladina y calma, mirándole de reojo.—
Langzi · 26-30, M
—Oe, Kuchisake-onna en persona, no sé por qué dicen cosas de usted, aún con el rostro así sigue siendo una hermosa mujer.
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