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Alabeo inconcuso, mi halo de renacimientos, de espuma, de bruma, de viles amores. Ven y regocíjate e intuye la buena nueva de tus candores. Germina desde las estelas de tus crepúsculos, de tus tres tiempos hechos murmullos y corazón. Inquebrantables son tu delirio y añoranza, conforme berreas al gentil entreveo de la vida; ese pútrido escrutinio de tu órgano. De tus promesas son nuestras alabanzas, alabeo inconcuso, máscara de etérea redención. Ven y regocíjate, a ese nuestro universo sin final ni principios, escrito en la risa de un infante que en desgracia gratificado se alimenta de sueños.
 

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