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Trató de asimilar aquella queja sutil, como mejor podía hacerlo; pieza por pieza, palabra por palabra. Hería, pero resistiría esos comentarios dolorosos como se soportan las flechas cuando chocan contra el cuerpo hasta quedar estancadas. Resistiría esas ganas de llorar, de gritarle a Lizzie, de decirle que su modo de pensar sobre Galeana era el incorrecto, de argumentarle que estaba mal porque no la odiaba ni mucho menos sentía lástima por ella. Y es que en la rubia puede ver su propia soledad porque entre los compañeros no se escucha hablar cualidades de ella, salvo las raras veces que sonríe y que parece no tener gusto por continuar en la escuela. Pero ella no siente que puede ser la amiga incondicional que Elizabeth espera, sin antes ser una carga total para ella. Tal vez por las mentiras que le ha dicho, tal vez por lo que no le ha comentado; quizás por lo que desconozcan, una de la otra, y que no ha llegado el momento o no se han atrevido a confesar.
 
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