—Lo siento, Ga...— Soltó un pesado suspiro mientras se frotaba los ojos. —Lo siento.—

Detiene en seco sus pensamientos, para evitar que se manifiesten y dañen a Elizabeth. Sentada en una de las bancas del parque, se anima a responder. —No te odio, Lizzie. Sólo dejame sola.—

Trató de asimilar aquella queja sutil, como mejor podía hacerlo; pieza por pieza, palabra por palabra. Hería, pero resistiría esos comentarios dolorosos como se soportan las flechas cuando chocan contra el cuerpo hasta quedar estancadas. Resistiría esas ganas de llorar, de gritarle a Lizzie, de decirle que su modo de pensar sobre Galeana era el incorrecto, de argumentarle que estaba mal porque no la odiaba ni mucho menos sentía lástima por ella. Y es que en la rubia puede ver su propia soledad porque entre los compañeros no se escucha hablar cualidades de ella, salvo las raras veces que sonríe y que parece no tener gusto por continuar en la escuela. Pero ella no siente que puede ser la amiga incondicional que Elizabeth espera, sin antes ser una carga total para ella. Tal vez por las mentiras que le ha dicho, tal vez por lo que no le ha comentado; quizás por lo que desconozcan, una de la otra, y que no ha llegado el momento o no se han atrevido a confesar.

—Dí que me odias.—

—Tú me gustas, pero nunca se me pasó por la cabeza que yo podría no gustarte a tí. He sido demasiado egoísta contigo.—
Se sentó en una banca junto a ellas, pegando un suspiro y cerrando los ojos.
—Dilo, Aly, dilo de una vez porque lo sé...— Levantó la cabeza para verla con sus azules ojos enrojecidos por las lágrimas. —Dí que me odias.—

—Yo... Yo...—
Lizzie se quedó atónita con todo lo que la ciega le había dicho. Jamás creyó que la irritara de tal manera, siendo que ella sólo trataba de ser amable y acercarse a ella.
—Lo siento, Galy... ¡Digo Aly!... ¡Digo...— Se quitó los lentes y se frotó los ojos, llena de pena. —Soy la persona más estúpida del planeta. No sé qué me pasa, yo sólo quería acercarme a tí, pero no pensé que llegara a ser así de molesta. Pero es que cuando te veo, no puedo evitarlo. Todo el tiempo estás sóla en la escuela, y simplemente no puedo evitar acercarme a tí, hablar contigo, saber cómo estás, tratar de hacerte el día. Pero creo que no funcionó... Mi madre también era así con su novia, y aún no sé qué hizo para conquistarla. Pero yo no quiero conquistarte necesariamente, sólo quiero que me aprecies como yo a ti.—
Le llevó una mano a la mejilla, viéndola a aquellos grandes ojos grises e hipnóticos.
—Galy... Si me permites llamarte así esta vez... Tú me gustas, pero nunca se me pasó por la ca

—¿Qué me pasa? ¡Pasa que eres muy injusta! Desde hace un mes que llegué aquí a la academia, dondequiera me persigues; me cambias el nombre, me confundes con alguien que no soy, me abrazas y me llenas de saliva la cara cuando me ves. Además, me tratas como una inútil, como si tuviera una discapacidad; no se qué quieres de mí ¿quién te crees que eres para perseguirme todo el día cuando yo apenas te conozco?, más bien ¿quién eres realmente?—

—¿Qué te pasa, estúpida?—

—¡Alejate de mi presencia!—

—Aww. Mi dulce gruñona.—