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Great Duke of Hell, the 64th spirit.
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Flauros a strong duke, is seene in the forme of a terrible strong leopard, in humane shape, he sheweth a terrible countenance, and fierie eies, he answereth trulie and fullie of things present, past, and to come; if he be in a triangle, he lieth in all things and deceiveth in other things, and beguileth in other busines, he gladlie talketh of the divinitie, and of the creation of the world, and of the fall; he is constrained by divine vertue, and so are all divels or spirits, to burne and destroie all the conjurors adversaries. And if he be commanded, he suffereth the conjuror not to be tempted, and he hath twentie legions under him.

Pseudomonarchia daemonum – Johann Wier

Desde el Pacto Primigenio y la creación de los infiernos (tan vastos que la concepción cristiana es apenas una parte de sus territorios, un trozo olvidado de la mano de Dios), los caídos han peleado por la supremacía y el poder. Entre astucia, fuerza e intriga, los diablos - entidades distintas a los demonios, quienes son hijos del Caos y enemigos eternos suyos - ascienden y descienden en la escala social, siempre aspirando a más. Flauros no fue la excepción.

El juego de alianzas, conspiraciones y traición fue algo natural para él, un ser maquiavélico, artero y carismático. Merced a ello, y a sus méritos en batalla, pronto logró hacerse con la posición de Duque de Malebolge; tras haber derrocado al anterior gobernante, quien desapareció en las sombras, presumiblemente muerto. Durante su ardua cruzada, contó con la ayuda de dos personajes que fueron fundamentales para su triunfo: Stolas, un príncipe vagabundo que renunció a su gobierno en aras de la libertad; y Raum, su más fiel lugarteniente, un diablo poderoso que eligió servirle tras una contienda en donde Flauros salió victorioso, tras ardua batalla; el vínculo entre ambos líderes es de una naturaleza tan inusual como interesante para tratarse de seres infernales, puesto que se basa en un respeto sin precedentes: Raum, aceptando su derrota, consintió en forjar una alianza inquebrantable con su antaño enemigo, haciendo gala de un sentido del honor que contados seres en aquel rincón maldito tendrían. Flauros, por su parte, aceptó de buen grado tal fidelidad, reconociendo el inmenso poderío y orgullo del cuervo. Así, el lazo entre ambos perdura hasta la época actual.

Conocedor de las artimañas que otros podrían utilizar en su contra, Flauros procuró ganarse el favor de sus súbditos, manteniendo siempre a sus aliados cerca, y a sus enemigos aún más cerca; razón por la que, apenas se vio instalado en el trono, decidió ofrecer una gran fiesta para granjearse la simpatía de quienes le rodeaban... E identificar futuros peligros para su reinado. Poco sabía que en esa reunión se encontraría con la mujer que se volvería su todo: Chordeva, una ambiciosa diablesa que logró captar su atención, y al caer también seducida por el Duque, ambos encontraron a su complemento perfecto. Sería el inicio de un amor tan inusual como inquebrantable, que sobrevivió a toda prueba.

A pesar de sus precauciones, Flauros fue incapaz de prever una conjura de autores desconocidos, que lo llevó a ser derrocado y encerrado en un foso prácticamente imposible de ubicar. Sin que él lo supiera, Chordeva había quedado embarazada de él, y tomó bajo su cargo las responsabilidades de gobernar, convirtiéndose en la líder de facto de Malebolge. Pasó el tiempo y la Duquesa dio a luz, optando por proteger a su primogénito al enviarlo a la tierra, para que viviera a salvo y lejos de las conjuras que amenazaban su futuro. Sin embargo, ella jamás olvidó a su esposo, ni cesó en su búsqueda; y, tras largos años, ayudada por su vástago, Raum y Zœel (una joven a quien ella salvó, volviéndose su más grande confidente y aliada) logró encontrar la prisión de Flauros, liberándolo y logrando que él volviera al poder. Sin embargo, dado que su hijo había quedado muy debilitado tras ayudarle en la gesta, hubo de llevarlo de vuelta al mundo humano, ocultando a su esposo que era padre ya.

Así, pasó el tiempo. Flauros había reafianzado su dominio y poder, asegurando que nada, ni nadie, volviese a interferir con sus planes. Ayudado nuevamente por Raum y Stolas, quien volvió de sus viajes con la misión expresa de apoyar al Duque, éste comenzó una serie de alianzas con otras potestades infernales, así como incursiones en el plano terrenal, para expandir sus influencias y adquirir tanto aliados como herramientas que lo ayudasen a perpetrar su regencia. Decidido a no permitir que nada, ni nadie, le pusiese una mano encima a los suyos, Flauros demostró tener un lado que nadie esperaba, protector y aguerrido; sin embargo, fuera de con esas contadas personas que le importan, sigue siendo el mismo embaucador taimado y sutil, siempre con distintos planes en marcha y múltiples esquemas que atender.


"Flauros es un embustero, un mentiroso, aunque eso no impide que pueda ser obligado a destruir a los enemigos de alguien, atacándolos con fuego; o bien, si se toman las medidas apropiadas, que pueda ser forzado a decir la verdad, cosa que resultará muy provechosa para el invocador porque este demonio puede revelar secretos del pasado, el presente y el futuro, así como cuestiones relativas a la Divinidad, la Creación y La Caída.

Flauros puede, aunque sea un demonio, ser invocado para protegernos de la tentación. También puede ser llamado cuando un mortal desea vengarse de otros demonios. Flauros disfruta también de ofrendas como el ron, los alimentos azucarados, carne de cordero y el incienso."


Liam leía con atención el grimorio, un heredero directo del Lemegeton, y no pudo evitar que una sonrisa amplia acudiera a sus facciones: ¡cuán limitado era el conocimiento de los mortales, siempre ingenuos! ¡De verdad creían que podían dominar sin consecuencias a uno de los Duques infernales! Una risotada estruendosa resonó en la habitación, semejante al regocijo maniático de un manicomio poblado de desahuciados; aquello le causaba tanta gracia, que hubo de sujetarse el estómago en un vano intento de recobrar el aplomo. Sin embargo, a pesar de lo ridícula que le resultaba la situación, debía estar agradecido: creencias como aquellas eran las que permitían que los hombres siguieran cayendo en el pecado. Tanto mejor para él.

A sus ojos asomó un destello rojizo, malicioso. Su corto cabello negro comenzó a sufrir una transformación, creciendo sin mesura y aclarando el tono; a medida que la risa sacudía su complexión delgada y atlética, ésta iba sufriendo ligeras modificaciones que revelaban la verdadera naturaleza de aquel hombre, cuidadosamente oculta al profano. Tras unos momentos, donde antes se encontraba un joven de apariencia normal frisando los veinticinco años, quedó en pie un varón más alto, de nívea melena larga, ojos azules y mirada fría, sarcástica, perfectamente acorde con su expresión sardónica. Un hálito brumoso, de tonos púrpura y carmín, rodeaba su ser con un olor inconfundible: azufre, heraldo inevitable de los seres infernales. De la hilaridad malsana que lo dominó antes, solo quedó una sonrisa amplia; tan adecuada para su aura maligna, que parecía impregnar cada objeto en la habitación.

Liam - o más bien, Flauros, en plena gloria - tomó nuevamente el libro entre sus manos, sintiéndose en parte fascinado, en parte divertido, por las verdades a medias ahí consignadas. Había cosas que sabía ya, y otras que desconocía pero ardía por poner en práctica; después de todo, si ambicionaba hacerse con más poder del que ya tenía, sería menester echar mano de todos los recursos a su alcance; así fueran artificios de magia humana. ¿Acaso el tratado no había mencionado que él era un embustero de lo peor? Engañar era más que un placer para él, parte de su naturaleza; así que el tiempo había llegado para poner en práctica sus ardides y estratagemas, de modo que pudiese reclamar el señorío que (sentía) le pertenecía por derecho.