Yo enseño a pescar pero jamás te voy a dar el pescado, Felicia. — Lenguaz y a la vez sapiente. No tenía por qué aondar en explicaciones largas e innecesarias. Tampoco el motivo de su reunión; aunque no podía verle hizo una expresión con sus cejas que medianamente imitan los lentes visores de su traje en tan comunicativos ademanes. — Además una gata no necesita un diamante. Puedo comprar un castillo y juguetes para que saques filo a tus garras en mi departamento en Queens.
A ver, dime más cosas. —Se esforzaba por no reír u obviar cuánto rodaba sus preciosos ojos de esmeralda cuando la aduló así. Cómo se le daba hablar a ese arácnido, casi sacudió la cabeza de un lado a otro. Pero la gata se limitó a cruzarse de brazos y torcer ligeramente los labios.— ¿Acaso me darás una cátedra? Para irme a dormir.
