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Había arruinado su pequeño trabajo en esa mansión. Mínimo podría usar la dignidad restante para empacar y huir de ahí, pues seguro no tendría ni siquiera una liquidación. Tomó su vieja maleta desde debajo de la cama y antes de levantarla escuchó la puerta... Una idea maliciosa llegó a su mente, se iba a cobrar de otra forma. Empujó la maleta de vuelta bajo la cama y abrió la puerta, luego enfrentó al rubio. — Te lo diré sin rodeos. Por tu bien no metas un pie en esta habitación, por que apenas lo hagas voy a hacerte el amor sin dudarlo. —

Entei abandono el recinto.
Poco le importo las miradas y los comentarios,bien sabía que tenía que enfrentarse a un molesto e intrigante cuestionario por parte de su padre pero abandonó cada pensamiento al estar frente a la puerta de su habitación. — Oye...— Tocó varias veces su puerta y aguardó por respuesta.

El poder fluyó de ella por segundos como una oleada que hizo resonar cada gota de agua a su alrededor. Ni siquiera lo notó, estaba cegada por los celos que se intensificaron con creces gracias a su verdadero yo. Si bien era un evento grande, para ojos de todos los seres normales sólo era una chiquilla que saltó sobre una noble. Le estiró el cabello, las joyas, le arañó la cara y gruñía con agresividad contra su rostro. Estuvo a punto de derribarla cuando Entei se colocó frente a ella, a lo que automáticamente se abrazó a su torso para marcar territorio. Furiosa fulminó con la mirada a cualquier ser que la rodease, pero una vez que cumplió su objetivo la ira fue bajando hasta regresarla a la normalidad... Y entonces palideció con lo que había hecho. Retrocedió perpleja y despacio hasta dejar de tocarlo, luego corrió hacia su habitación.

Porsupuesto que sintió ese derroche de energía; su mirada recayó sobre la sirvienta y por unos instantes vió la identidad de la deidad en esa pequeña doncella. La fuente de agua se disparó así como la figura de hielo en medio del gran salón se derritió, el ponche y las tapas de las bebidas aún cerradas explotaron sobre todos, incluso la luz vibró intermitente y entre los invitados una sonrisota de prominentes colmillos brillo a lo lejos. Entei se paralizó por unos segundos al ver tal espectáculo, los gritos dejaron de resonar en sus oídos y cuando alguien intentó colocarle las manos encima a la sirvienta él se colocó en medio, protegiéndola incluso de las miradas inquisidoras. —... No sé que demonios está sucediendo pero vayamonos de aquí— Le dijo en medio de un silencio sepulcral pues todos incluyendo su prometida y su padre estaban absortos.

Su corazón se hundió en el interior de su pecho al mirarlo compartir ese momento y esas risillas coquetas con otra chica. Siempre había sido consciente de las diferencias sociales entre ambos, de que era tan sólo una sirvienta con dos semanas de haber llegado, pero esa visión despertó algo dentro de su interior. Su cuerpo se movió por si mismo, ella dejó la bandeja sobre una mesa y caminó en automático hacia esa escena, directo hacia esa mujer. Ya no era la pequeña sirvienta, la esencia de la entidad del agua pesó en el sitio para cualquiera que pudiese identificar energía sobrenatural allí.
Y así, ella se lanzó a la mujer, sus manos en dirección a la cabellera o peluca que estaba dispuesta a destrozar por poner sus ojos en su amado Entei.

Reía y jugueteaba con una moneda entre sus dedos, estaba "hechizando" a las doncellas, por su parte estaba huyendo de su prometida, no le parecía para nada atractiva y ese matrimonio arreglado era lo que más deseaba evitar. Buscaba con esos comportamientos aburrir a la hija de la condesa Milford y poder huir de eso, pero parecía que Ariadna no quería desistir de dicho compromiso. Entei ocultó la moneda entre sus dedos y la hizo aparecer cerca de uno de los oídos de las doncellas con las que compartía, un truco de cliché pero que impresionaba a cualquiera. — ¡Wow! Señorita... La próxima vez haré aparecer esa moneda en tu ropa interior— Le guiñó el ojo derecho y aquella se sonrojó. Lejos de saber que Elif estaba observandolo con el odio de siempre.

Era un arduo trabajo para los sirvientes, y de hecho habían tenido que pedir más a otra mansión para poder hacer un buen trabajo. Ella estaba ahí, con su clásico uniforme y un sencillo antifaz color negro para la ocasión. Tenía en sus manos una bandeja plateada con bocadillos, y su trabajo era caminar por el salón tan solo esperando que los tomaran. En realidad ella buscaba al Joven Amo con la mirada, y cuando dio con él arrugó el entrecejo. No, nada iba a cambiar a pesar del momento que tuvieron el día anterior.