Duty before pleasure. [RP.]
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JB1535635 · F
Jenna observó a Emilia con una ceja enarcada, en el único atisbo de sospecha que iba a desplegar contra la pelirroja. Había algo en el tono del contenedor de Lilith que no encajaba. Como si ella estuviera sobre una superficie con capas y más capas por debajo. Caminar a ciegas era una condena, pero ¿hacerlo con la voz de Emilia guiándola? Una condena que estaba dispuesta a seguir sin importarle donde acabara:— De todas formas, Dalia —¡y si es que así se llamaba esa cazadora en realidad!— nunca fue la más disimulada en la asociación —había algo molesto de alguien inmiscuyéndose en las discusiones que Jenna tenía con Salias. La mirada azul de la reencarnada se cruzó con la de la cazadora.
Jenna sonrió y eso fue todo.
Alguien pensaría que con el tamaño que la reencarnada se manejaba, sería difícil mantener su terreno en una pelea; sin embargo, Jenna había encontrado en su tamaño dos ventajas: velocidad y agilidad. Solo era cuestión de entremezclar un par de trucos con estas y he ahí estaban los resultados: un salto de terraza a terraza. Rodó en su aterrizaje para evadir el proyectil de plata y el siguiente lo atrapó con su izquierda. No disimuló su satisfacción, tampoco los jadeos por un cansancio prematuro, pero sí que colocó los ojos en blanco cuando la arqueadora la apuntó con una sonrisa—. No lo disfrutes tanto —un ademán de cabeza en dirección a Emilia y la otra cazadora. Así como a Jenna le dolían todas sus extremidades, lo mismo sería para la condenada.
La cazadora respondió con tres flechas en su dirección. Una evadida, otra que le dejó un corte a la altura de su cintura y la última al suelo cuando la atrapó con las cadenas. Jenna no perdió tiempo y volvió a saltar. Destellos oscuros subiendo por sus piernas hasta el centro de su pecho donde finalmente se liberaron en una onda que le sirvió de impulso para llegar hacia la terraza de la cazadora. Bruscamente rodó sobre el suelo y se quedó a esa altura para lanzar las cadenas hacia el tobillo de la contraria. Estos se enredaron en este y con un tirón la llevó al suelo. Su propio pecho subía y bajaba por el esfuerzo, por el pequeño truco con la energía oscura demoniaca. Segundos que corrían y Jenna tenía que seguirles el ritmo. La reencarnada se reincorporó del suelo, ubicó el arco y realizó el mismo truco solo para que en el último instante se enrollaran alrededor de la muñeca de la mujer que volvía a recobrar el aliento y se movía con rapidez—. ¿A qué le tienes miedo? —se mofó la muchacha con una pequeña sonrisa antes de tirar agresivamente.
No lo suficiente como para quebrarle la muñeca, pero sí para desaparecer la distancia. Una arquera y la ausencia de esta era una muerta.
—Y yo que creí que estabas más ocupada lamentándote en las esquinas —la cazadora habló y le propinó una patada a la reencarnada en uno de sus costados. Otro jadeo. Sorpresa y enojo. Jenna ahora la despreciaba más. No solo se había inmiscuido en sus discusiones con el nigromante, sino también la había seguido cuando el dolor de la pérdida la superaba—. Cállate —siseó, reticente a volver a esa esquina.
Pero lo hizo, solo que de una manera un poco diferente cuando el dolor fue un catalizador del enojo. Ambas dejaron sus armas a un lado. Había algo más primario y emocionante cuando los golpes llegaban en la misma proporción que los lanzaba. Había algo en el forcejeo de su antebrazo con los puñetes de la contraria. Había algo en perder el equilibrio solo para tomar ventaja del ángulo y propinar una patada al pecho de la contraria. Jenna detuvo algunos golpes, recibió otros y el último que le llegó en toda su espalda la mandó de bruces al suelo. Escupió al suelo mientras que la otra se retiraba dos dagas curvadas de ambos costados. Sus dedos se encerraron sobre los palmas, se levantó con rapidez y con una patada mandó a volar una de las dagas curvas. Jenna sin armas y la cazadora con una daga que había cortado tantos círculos viciosos—. Tu cabeza irá con el resto de tus condenados.
No fue necesario completar el nombre. Samael. El progenitor de los reencarnados más impulsivos. El padre de Caín. El que había encontrado en Jenna, y todas sus vidas anteriores, al contenedor perfecto, esperando el momento para desatarse en una nueva catástrofe. Esa noche no era una de esas. El asunto era de Jenna y su sed de darle un giro a esas palabras:— ¿Esa es tu mejor oferta? — ¿Cómo abandonar su sentido del humor? Si estaba tan arraigado a sus raíces como el demonio en su interior. Jenna sonrió cuando la cazadora se abalanzó hacia ella con el resplandor de la hoja como único indicador que todo estaba pronto a finalizar. Mentiría si dijera que no se estaba divirtiendo conforme cambiaba el rumbo del filo de su cuello hacia el contrario. La horrorizada sorpresa, los contados latidos, la voz de Emilia.
Acércate hasta cortarle el cuello de un tajo.
No habían buenos en esta historia.
Jenna sonrió y eso fue todo.
Alguien pensaría que con el tamaño que la reencarnada se manejaba, sería difícil mantener su terreno en una pelea; sin embargo, Jenna había encontrado en su tamaño dos ventajas: velocidad y agilidad. Solo era cuestión de entremezclar un par de trucos con estas y he ahí estaban los resultados: un salto de terraza a terraza. Rodó en su aterrizaje para evadir el proyectil de plata y el siguiente lo atrapó con su izquierda. No disimuló su satisfacción, tampoco los jadeos por un cansancio prematuro, pero sí que colocó los ojos en blanco cuando la arqueadora la apuntó con una sonrisa—. No lo disfrutes tanto —un ademán de cabeza en dirección a Emilia y la otra cazadora. Así como a Jenna le dolían todas sus extremidades, lo mismo sería para la condenada.
La cazadora respondió con tres flechas en su dirección. Una evadida, otra que le dejó un corte a la altura de su cintura y la última al suelo cuando la atrapó con las cadenas. Jenna no perdió tiempo y volvió a saltar. Destellos oscuros subiendo por sus piernas hasta el centro de su pecho donde finalmente se liberaron en una onda que le sirvió de impulso para llegar hacia la terraza de la cazadora. Bruscamente rodó sobre el suelo y se quedó a esa altura para lanzar las cadenas hacia el tobillo de la contraria. Estos se enredaron en este y con un tirón la llevó al suelo. Su propio pecho subía y bajaba por el esfuerzo, por el pequeño truco con la energía oscura demoniaca. Segundos que corrían y Jenna tenía que seguirles el ritmo. La reencarnada se reincorporó del suelo, ubicó el arco y realizó el mismo truco solo para que en el último instante se enrollaran alrededor de la muñeca de la mujer que volvía a recobrar el aliento y se movía con rapidez—. ¿A qué le tienes miedo? —se mofó la muchacha con una pequeña sonrisa antes de tirar agresivamente.
No lo suficiente como para quebrarle la muñeca, pero sí para desaparecer la distancia. Una arquera y la ausencia de esta era una muerta.
—Y yo que creí que estabas más ocupada lamentándote en las esquinas —la cazadora habló y le propinó una patada a la reencarnada en uno de sus costados. Otro jadeo. Sorpresa y enojo. Jenna ahora la despreciaba más. No solo se había inmiscuido en sus discusiones con el nigromante, sino también la había seguido cuando el dolor de la pérdida la superaba—. Cállate —siseó, reticente a volver a esa esquina.
Pero lo hizo, solo que de una manera un poco diferente cuando el dolor fue un catalizador del enojo. Ambas dejaron sus armas a un lado. Había algo más primario y emocionante cuando los golpes llegaban en la misma proporción que los lanzaba. Había algo en el forcejeo de su antebrazo con los puñetes de la contraria. Había algo en perder el equilibrio solo para tomar ventaja del ángulo y propinar una patada al pecho de la contraria. Jenna detuvo algunos golpes, recibió otros y el último que le llegó en toda su espalda la mandó de bruces al suelo. Escupió al suelo mientras que la otra se retiraba dos dagas curvadas de ambos costados. Sus dedos se encerraron sobre los palmas, se levantó con rapidez y con una patada mandó a volar una de las dagas curvas. Jenna sin armas y la cazadora con una daga que había cortado tantos círculos viciosos—. Tu cabeza irá con el resto de tus condenados.
No fue necesario completar el nombre. Samael. El progenitor de los reencarnados más impulsivos. El padre de Caín. El que había encontrado en Jenna, y todas sus vidas anteriores, al contenedor perfecto, esperando el momento para desatarse en una nueva catástrofe. Esa noche no era una de esas. El asunto era de Jenna y su sed de darle un giro a esas palabras:— ¿Esa es tu mejor oferta? — ¿Cómo abandonar su sentido del humor? Si estaba tan arraigado a sus raíces como el demonio en su interior. Jenna sonrió cuando la cazadora se abalanzó hacia ella con el resplandor de la hoja como único indicador que todo estaba pronto a finalizar. Mentiría si dijera que no se estaba divirtiendo conforme cambiaba el rumbo del filo de su cuello hacia el contrario. La horrorizada sorpresa, los contados latidos, la voz de Emilia.
Acércate hasta cortarle el cuello de un tajo.
No habían buenos en esta historia.