¿No podrías? Pero te di una demostración ese día cuanto te "arresté" y até tus manos. —Rió solo por recordar aquel día aunque todo terminó un tanto mal por las quemaduras en las muñecas del varón. Siguió comiendo la galleta por todo el borde para así ir bajándola de forma uniforme, mirando con extrañeza aquella caricia en la cabeza.— Supongo que sí, aunque si no me hubiese embriagado estoy segura de que el campamento iba sí o sí, con o sin frío.

¿Tú? ¿Mano dura? No podría imaginarmelo jamás. —Añadió con ese toque sarcástico que lo hacía sonreír siempre. Observó cómo estaba comiendo la galleta, parecía un pequeño ratoncito y fue tanta la dulzura que le evocó, que terminó acariciándole la cabeza.— Tú no los arruinaste, además, hizo mucho frío esos días, todo pasa por algo, Diane.

Puedo enseñarte la rutina que hago, si lo deseas. Suelo ser un poco dura como profesora, eso sí. —Llegó la hora de comerse al fin la galleta, su parte favorita del helado y no dudó en darle pequeñas mordidas al borde mezclado de helado.—
¿Quieres decir que arruiné los planes? Lamento que haya sido así entonces.

Está bien, pero... ¿quien da "yosa" aquí en el pueblo? —Caminó a su ritmo, tomándose las manos tras la espalda, mirando un momento el cielo.— Es verdad, prometo llevarte, es que el fin de semana anterior a alguien se le ocurrió emborracharse y no pudimos salir.

¿Yo y nada más? —Volvió a reír hasta que se giró para seguir caminando, junto con él por supuesto.— Anda, inténtalo una vez. Sino te gusta podemos ir a correr al bosque. Aún me debes mi día de camping.

¿Yoga? —Alzó una ceja bastante confundido, sí había escuchado sobre aquello, pero no lo encontraba funcional.— Oh, no, no. Prefiero salir a correr al bosque, aire puro, tú y la naturaleza, nada más.

—No puedo evitar reír con cierta gracia por las reacciones de él, al final solo le acercó el helado a la punta de la nariz y le untó un poco.— Te invitaré a una clase de yoga, es hora de desempolvar un poco tus huesos y ponerles algo de aceite.

—La soltó en medio de un suspiro, metiéndose las manos al pantalón.— La edad nos hace eso a todos, mis rodillas ya no son lo mismo que cuando tenía tu edad.

Pobre señor Ferdinand, ya no tolera los dulces y la lactosa. —Rió con cierta diversión por lo dicho, deteniéndose y voltrandose mientras seguía con su helado, comiendo.— ¿Sí? Pero aún no me pruebas, ¿Cómo sabes eso?

Las ventajas de la juventud. Tu organismo lo procesa rápido, yo no puedo decir lo mismo... —Soltó una risa genuinamente jubilosa. Le pasó el brazo por los hombros, atrayéndola sutilmente hacia él.— Para nada, el único dulce que tolero es a ti.