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Sé que te gusta cuando uso los vestidos de Meereen...
 
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Esa respuesta complacía. Mucho. El Norteño bien pudo notar que los ojos de su Reina ostentaban picardía de la que sólo él había saboreado consecuencias en varias ocasiones. Con ánimos más físicos que emocionales, se atrevió a dejar su solemnidad un poco de lado y jugar los dedos de los pies en el vientre de su sobrino. — Confiesa: ¿te gustan estas prendas por lo fácil que es lidiar con ellas?
Aunque su sueño nunca fue casarse con una Reina exótica, no le faltaba tanta cultura como para no saberse afortunado de gozar de sus finuras veraniegas. A veces se encontraba explorando tras el delgado velo de sus sedas solo para toparse con el filo de su mirada, que ella, cómo él, sabían de lo que hacía. – Es que los abrigados no te hacen justicia, Dany.

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