31-35, M
" El éxodo de las ideas. Talismán de la guerra. Decadencia. "
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AM1553761 · M
[code]**Entonces todo se colmó de un élfico misticismo, digno del contexto investido por el músico y el escriba, pertenecientes a una leyenda viva. La nebulosa visión de la nieve dio un toque melancólico, de por si desgarrador para los animales quienes sin temer más volvieron a rodear el área; aves, ciervos, liebres y quizá algún gran oso dejaban a sus orbes reflejar la inmensa compasión contenida en sus irracionales cerebros, toda en honor del pelirrojo haciéndose de un maravilloso espectáculo lírico.
No obstante, Alberich poco compartía ese entusiasmo, para él, las notas vacías entonaban nada más que una maravillosa pieza de música, elegante y triste, pero incapaz de estimular ni un solo nervio suyo. Sus iris verdes se clavaron en su regazo, disfrutando del ambiente, aunque no prescindiendo de él.
Tal como el Dios Guerrero de Benetnasch, el cerebro de Asgard se ocupó de su hipócrita labor al abrir el libro de hojas blancas, tomando una pluma para trazar con impecable precisión, orden y dicción, el milagroso acontecimiento suscitado frente sí. Y eso él lo podía discernir con sólo ver a los zorros de nieve acurrucados contra los roedores y a los gorriones relajados sobre las astas de los majestuosos reyes del bosque; su psicopatía no podía entenderlo, pero su privilegiada mente lo facultó para tener la capacidad de plasmar los hechos, que cuales fueran, beneficiaban sin duda alguna al joven músico.
“Pareciera que su habilidad fuese una herencia tan magistral como la mía, sus dedos probablemente no conocen otra utilidad más allá del crear una melodía capaz de consolar a la mismísima naturaleza. El miedo, el instinto y todo lo demás se disipó en cuanto el sonido se distribuyó por el bosque. Mi abuelo me heredó la capacidad de presentir a los espíritus de la flora; parecen complacidos…”
La dualidad de su pensamiento, dividido entre fingir un deleite sin igual y el de su ambición original, lo ayudaron a que las palabras siguieran fluyendo sin parar. Mientras uno componía, el otro escribía una crónica asgardiana única; un tomo de manipulación por excelencia.
“Desde aquí puedo ver la perfección de sus manos; la mecánica de sus huesos intactos. Han entrenado tanto tiempo que se han vuelto gráciles, tal vez delicados. Como yo, sus intereses no son el combate; el mío es el conocimiento, el de él es la música. No tenemos un solo rasguño que recuerden a las manos de Siegfried o Tholl; descendientes de guerreros virtuosos. Ellos no son como nosotros, pero ¿Podrían entender mejor que yo esta música?”…
Conscientemente se enfrascó en la narrativa. Debía reconocer que nunca se había sentido tan cómodo plasmando el comportamiento de uno de sus camaradas al papel. Pensó en Fenrir, un salvaje sin remedio, o Hagen fanfarroneando con un talle peor que el suyo, incluso recordó la incómoda sensación de sentirse vigilado al compartir con Syd.
No. Mime y su soledad, y su culpa y su silencio musical, resultó ser perfecto.**
Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
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No obstante, Alberich poco compartía ese entusiasmo, para él, las notas vacías entonaban nada más que una maravillosa pieza de música, elegante y triste, pero incapaz de estimular ni un solo nervio suyo. Sus iris verdes se clavaron en su regazo, disfrutando del ambiente, aunque no prescindiendo de él.
Tal como el Dios Guerrero de Benetnasch, el cerebro de Asgard se ocupó de su hipócrita labor al abrir el libro de hojas blancas, tomando una pluma para trazar con impecable precisión, orden y dicción, el milagroso acontecimiento suscitado frente sí. Y eso él lo podía discernir con sólo ver a los zorros de nieve acurrucados contra los roedores y a los gorriones relajados sobre las astas de los majestuosos reyes del bosque; su psicopatía no podía entenderlo, pero su privilegiada mente lo facultó para tener la capacidad de plasmar los hechos, que cuales fueran, beneficiaban sin duda alguna al joven músico.
“Pareciera que su habilidad fuese una herencia tan magistral como la mía, sus dedos probablemente no conocen otra utilidad más allá del crear una melodía capaz de consolar a la mismísima naturaleza. El miedo, el instinto y todo lo demás se disipó en cuanto el sonido se distribuyó por el bosque. Mi abuelo me heredó la capacidad de presentir a los espíritus de la flora; parecen complacidos…”
La dualidad de su pensamiento, dividido entre fingir un deleite sin igual y el de su ambición original, lo ayudaron a que las palabras siguieran fluyendo sin parar. Mientras uno componía, el otro escribía una crónica asgardiana única; un tomo de manipulación por excelencia.
“Desde aquí puedo ver la perfección de sus manos; la mecánica de sus huesos intactos. Han entrenado tanto tiempo que se han vuelto gráciles, tal vez delicados. Como yo, sus intereses no son el combate; el mío es el conocimiento, el de él es la música. No tenemos un solo rasguño que recuerden a las manos de Siegfried o Tholl; descendientes de guerreros virtuosos. Ellos no son como nosotros, pero ¿Podrían entender mejor que yo esta música?”…
Conscientemente se enfrascó en la narrativa. Debía reconocer que nunca se había sentido tan cómodo plasmando el comportamiento de uno de sus camaradas al papel. Pensó en Fenrir, un salvaje sin remedio, o Hagen fanfarroneando con un talle peor que el suyo, incluso recordó la incómoda sensación de sentirse vigilado al compartir con Syd.
No. Mime y su soledad, y su culpa y su silencio musical, resultó ser perfecto.**

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