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[ Canon ]
 
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Css1563493 · 31-35, M
Su nombre era Selene - tan adecuado para su tez de luna, para su aire de gracia y sus ademanes etéreos, más propios de una ninfa que de una mujer. Se conducía con la delicadeza de una bailarina de cristal; su sonrisa era luz, y sus ojos atraían a cualquiera que se viese reflejado en ellos. Eso, naturalmente, la hizo el centro de atención de nuestro grupo; y yo, el solitario, el que siempre se escondía por los rincones para evitar conflictos y roces, solo atinaba a verla de lejos, a admirarla con embeleso casi adolescente; pero ella estaba lejos de mi alcance, en un lugar apartado que los parias sociales como yo solo podían ver con envidia, quizá anhelo; pero sabiendo imposible para nosotros.Me enamoré; y no solo fue mi primer amor, sino también la manera más hermosa que la vida tuvo para decirme que yo no estoy aquí para obtener lo que deseo, que las esquirlas y bordes de mi alma resquebrajada no están hechos para ser amados.
Css1563493 · 31-35, M
Raras veces he encontrado a alguien que lo comprenda: el comentario más frecuente que he escuchado al respecto, en varias modalidades pero con la misma esencia, es: "Si tanto te cuesta, ¿por qué no lo dejas?" ¡Como si fuera una opción para mí renunciar a mi tabla de salvación! La música ha sido mi escape y reducto, mi refugio, a través de los años. Cada suceso importante de mi vida está irremediablemente ligado a alguna pieza. Pero la música no solo se compone: es menester darle vida, un sentido a los pentagramas, de modo que cumpla su propósito y toque otras almas, calme otros dolores.

Y, justamente hoy, recuerdo una de esas melodías significativas: el conocido Canon en D, de Pachelbel. Pieza por demás conocida, pero que reviste particular importancia para mí; pues tiene un rostro y una historia.
Css1563493 · 31-35, M
Nunca supe muy bien cómo acercarme a las personas. A la fecha, incluso si ya me he habituado a los escenarios, el pánico siempre está ahí, amenazante, apenas me veo enfrentando a las multitudes; hace falta un gran esfuerzo para lograr el control y olvidar que los demás no son el problema, que no son una jauría amenazante, sino seres como yo, que quizá tienen tanto o más miedo de mí que yo de ellos. Respirar profundo, apretar los puños una y otra vez en un afán de eliminar la tensión, repetir frases prefabricadas que ayuden a calmar el espíritu; hay todo un ritual, un ejercicio de voluntad, detrás de mi atrevimiento cuando he de subir al estrado y tocar.

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