𝑴iserable suplicio que no quería acabar, el filo de la navaja se abría paso por la piel como si fuera mantequilla derretida ¡Esto es amor! pensaba aquella mujer descuartizando a su victima. El calor del momento sumado a la adrenalina disipaba el dolor transmutarlo a placer, un placer que la hacia jadear como animal en celo al ver tal obra maestra adherirse a las paredes, siempre seria de ella en un recuerdo que no presentaba culpa.

Para los espectadores era la representación de alguna película de terror, era mucho mejor pensarlo de ese modo a chocar con la ruda realidad...