Para su mala suerte, no podía irse sin más o acabaría siendo presa fácil del imperio. La única forma de separarse de su "amo" era justamente, la muerte. Por más poética que fuera, la fortuna le sonreíra al joven Clive. Puesto una noticia sonó al unisonó del mayordomo de la residencia.
"¡Ayuda! Nuestro Señor... Duque de Nyxen. Se está desangrando. ¡Ayuda!"
—¿Qué demonios? —Clive esgrimió su espada de inmediato y se adentró ante la llamada de la emergencia del subdito hacia el interior de la fortaleza a la que le estaba prohíbido acceder. —Camel. ¿Qué pasó? —Preguntó al mayordomo mientras accedía al recinto pero este último sólo le señaló el final del pasillo, donde una silueta en el suelo se vislumbraba fatídica. Para cuando avanzó lo suficiente para observarla a detalle, la escena era tan grotesteca como sorpresiva. Ahí, tirando sobre los adoquines de marmol; el cádaver de Drakkan reposaba sin llevarse una sola moneda al infierno que le esperaba.
