Pareciera que toda la compañía del hueso se encontraba durmiendo en paz luego de un arduo día, todos a excepción de los soldados que montaban guardia y el energético duendecillo que sin descanso trabajaba en su taller. Este último se ubicaba a los interiores de las murallas y en el patio de armas, frente a un pozo que se erige en su centro, era una edificación rectangular de piedra coronada por 3 chimeneas, de aspecto sencillo y espacioso, poseía un solo piso pero daba suficiente lugar para guardar entre sus paredes todo lo necesario para las labores científicas del artífice, poseyendo por el extremo izquierdo un laboratorio alquímico y en su fondo y costado derecho todo lo correspondiente a la herrería, peletería y mecánica, sin un orden específico.
¡Cling, cling, cling! Sonaba repetitiva la percusión del estribillo del martillo, sobre el hierro al rojo vivo y este último a su vez sobre la inamovible base del yunque, soltaban esquirlas ardientes de cada arremetida del manco artífice. El sudor le descendía desde la frente hacia el resto de su feo rostro ennegrecido por los aceites y el carbón, apretaba la quijada y se quejaba por cada esfuerzo, la labor del herrero exigía una resistencia y fuerza física que todavía no lograba cultivar del todo, sin embargo, esos amarres terrenales no podían con la determinación del espíritu indomable del piel verde, aquel que le forzaba a levantar su única mano de carne y hueso y hacerla caer con toda su capacidad sobre el retoño de sus trabajos a medio formar, una deforme y pequeña plancha de acero que alguna vez podría ser la hoja de una daga. Tras suyo la fragua ardía perpetua, ahogando el aire nocturno en su intenso calor y fragancias de metal fundido y carbón, acentuando con su rojiza luz, la pequeña y solitaria silueta del maloliente duendecillo.
Él vestía de su atuendo de trabajo, un desgastado y holgado mameluco que exponía su escueto pecho, botas y un solo guante de cuero que guarnecía su mano derecha. “No está quedando bien… Pero practicando, Zyx hará un mejor trab-“ Súbitamente fue interrumpido por un orco peón que abrió bruscamente de golpe las puertas del taller, pegándole un susto. “GYARRGH, ¿NO PUEDES TOCAR LA PUERTA?” Reclamó el goblin. “SEÑOR, LLEGARON VISITAS, UNA ENANA ACABA DE ENTRAR A LA FORTALEZA Y REQUIRIÓ VISITAR SU TALLER.” - “… Una enana… ¡CHISE! ¡ARGH! ¡VA A VER LOS PÉSIMOS TRABAJOS DE ZYX!” Entretanto el orco se retiraba luego de cumplir su misión de mensajero, el desesperado inventor empezó a esconder las espadas, lanzas, dagas y variadas armas, improvisando en el camino; Algunas las metió debajo de las mesas, otras que descansaban sobre las mesas las cubrió con una manta y otras simplemente las lanzó descuidadamente por una de las ventanas. “¿Queda algo más?” A contra reloj empezó a ver sus alrededores, por el rabillo del ojo notó a la plancha de metal maltrecha en la cual hace unos momentos trataba de darle forma a toscos martillazos. “ARGHHH…” Rápidamente la toma con la mano metálica, con tal de no quemarse por el ardiente acero y apresuradamente lo lleva al horno, abriéndolo y lo metiéndolo al interior del crisol, dejando que se derrita. “Uff… Mucho mejor.” Satisfecho palmeó sus palmas y miró hacia la puerta, esperando que en cualquier instante cruzara a través de ella la invitada que le provocaba tanta ansiedad, inclusive dándose un momento para posar sonriente, inclinando su torso sobre una mesa, adaptada para su altura y apoyando sus brazos, sobre cual su mano biomecánico serviría de sopor para su mentón. Tsss, se escuchó de la nada un chichirreo y un vapor ascendió por debajo de su nariz, luego sentiría el intenso dolor; Se había quemado por el calor transferido del metal candente a la prótesis y de la prótesis a su quijada. “GYARGH!!!” Sin poder contener lágrimas saltó por todo el salón entre quejas y maldiciones berretas en lengua goblinoide.